Por Ollin Islas Romo
Todas las madres del mundo nos equivocamos. Cometemos errores casi desde el momento en que nuestras hijas e hijos nacen. Quizá por eso el puerperio es un periodo tan abrumador para muchas de nosotras: de pronto llega esta responsabilidad gigantesca, que aunque fue nuestra elección, adquiere su verdadera dimensión y parece imposible de asumir en su totalidad de un día al otro.
Y es que las madres tenemos que tomar decisiones todo el tiempo. Y muchísimas veces decidimos sobre cosas de las que no sabemos nada. Nos guiamos por nuestra escasa experiencia, por lo que nos han contado, por lo que leímos, porque confiamos en que tenemos suficiente sentido común, o de plano, por mera intuición. A veces, incluso seguimos el ejemplo de nuestros propios padres, y no necesariamente porque haya sido bueno, sino porque es lo único que tenemos como referencia.
Como es lógico, las decisiones que tomamos siempre tienen consecuencias. Y parte del peso de la enorme responsabilidad de ser madres proviene de que sabemos que si esas decisiones son erróneas, éstas tendrán una repercusión negativa en las vidas de nuestras hijas e hijos. Equivocarse puede implicar muchas cosas, desde asuntos relativamente insignificantes hasta situaciones más graves, como problemas de salud o malestar emocional.
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Es importante verlo y aceptarlo, especialmente para nosotras, pues el estereotipo de la madre perfecta pesa sobre nuestras vidas a un grado tal que puede aniquilar nuestra salud mental.
Insisto: equivocarse está bien, es humano y es normal y puede ser una herramienta invaluable de aprendizaje. Prácticamente ninguna madre podrá debatir esta máxima. Lo que resulta controversial y en lo que muchas tenemos opiniones totalmente opuestas es en la idea de qué tanto conviene admitirlo frente a un hijo.
Existen quienes creen que aceptar un error y pedir perdón es mostrar debilidad frente a los hijos. Desde esta perspectiva, las madres y padres somos modelos a los que todo se nos permite y se nos justifica, incluso aunque nuestros errores perjudiquen gravemente a los otros.
Pero, ¿qué pasa si probamos el otro lado? El peso es menor y los resultados, sin duda alguna, mejoran. Saber que las madres podemos equivocarnos, pero también enmendar nuestro error tiene muchas ventajas:
Luego vino un abrazo largo y una sensación cálida que perduró varios días. El malestar, el enojo, la culpa o el resentimiento se desvanecieron. Se abrió un puente de comprensión que sigue ahí, tendido entre ambos, y que yo atesoro muchísimo. Hoy, pedirnos perdón es un ejercicio habitual en casa. Si me disculpo con otros cuando me equivoco, ¿cómo no voy a hacerlo con las dos personas que más amo en el mundo?
En Morritos, la asociación de la que formo parte y en la que trabajamos para prevenir la violencia contra las infancias, creemos que la construcción de una cultura de paz tiene que iniciar en la crianza. Las niñas y niños merecen un trato digno, como el que les damos a otros adultos, pues no por ser niñas y niños su opinión y sus sentimientos valen menos o no importan.
Hoy tenemos la convicción de que criar con humildad y amor es una decisión que todas las madres y padres podemos tomar todos los días para transformar el mundo en un lugar mejor. Soñamos con que cada día más madres y padres se sumen a esta manera de vincularse con sus hijas e hijos.
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* Ollin Islas es periodista, promotora de los derechos de niños, niñas y adolescentes y fundadora de Morritos, una asociación civil que trabaja para prevenir la violencia sexual y todo tipo de maltrato contra las infancias.
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