Me considero una persona afortunada porque puedo decir que soy madrina de siete niños. Cuando digo el número, no falta quien expresa: “¿te apartaré para mi próximo hijo. Ya sé: para mecenas de su educación”. Me produce gracia y no me molesta cuando la gente agrega: “ya imagino el dineral invertido para el bautizo, los cumpleaños y ¡qué tal los 15 años!” Hoy te voy a dar un consejo: deja fallar a tus hijos, solo así serán exitosos.
La verdad es que me tomo en serio mi papel de madrina. Reciben su regalo en navidad, claro está, aunque también veo este rol como una oportunidad para estar cerca de mis amigas y familiares, dando consejos cuando salen los temas de educación y orientación vocacional. Son los temas de los que escribo y en los que he fijado mi pasión; además, es la manera en que siento que hago una pequeña contribución.
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El madrinazgo trae consigo vivir en contacto con estos pequeños (bueno, dos de los siete ya son universitarios). Pero también soy cercana a muchos docentes porque ellos son el enlace para organizar pláticas y otras actividades de mi vida laboral: ambos universos son una experiencia de verdad fascinante para observar cómo se produce la frustración en los niños y qué les puede ayudar a liberarse de ello.
Recuerdo el caso de uno de mis ahijados que hoy tiene 15 años. Desde pequeño, era uno de esos niños que, valga la expresión, es adorable: es excelente en sus clases, devora los libros, ama dibujar y, cuando conversamos, me dice unas palabras que me dejan atónita. Ojo: alguna tarde, durante una comida, vi como esta descripción que acabo de dar se transformó en enojo, lágrimas y una profunda frustración por no obtener la calificación deseada y, según sus palabras, fallar haría que “dejara de pertenecer al grupo de los inteligentes”.
Vi en la cara de su mamá, mi amiga, la tristeza que esta forma de ver las cosas por parte de su hijo le produjo. Solo atiné a decirle que es posible ser inteligente, ir bien en clases y –con todo y ese rollo del éxito que nos han vendido– perder.
Que las cosas no salgan como lo esperamos es algo natural, todos lo hemos vivido. La diferencia es que algunas personas se instalan en la frustración y culpan a los demás de lo malo, mientras que otras desarrollan su grit, es decir, crean su éxito fijando propósitos de largo plazo. Y ello los hace más determinados y perseverantes. Además, tienen una motivación continua.
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El primer paso es entender un poco más sobre este concepto y cómo se relaciona con dejar fallar a los hijos. Es una palabra en inglés sin traducción exacta al español, pero diríamos que se asocia a frases como “no se rinden”. Puede ser un sinónimo de determinación, de pasión por algo que te hace salir adelante en la adversidad. Se asocia a tener optimismo para perseverar, a tener enfoque en un propósito.
El concepto surge en 2004, fue acuñado por la psicóloga y profesora de la Universidad de Pensilvania, Angela Duckworth, cuyo trabajo tuve la oportunidad de conocer y estudiar en mi formación en psicología positiva, enfoque mediante el cual se estudia científicamente la felicidad y está orientado a construir en las personas cualidades como el optimismo.
La teoría del grit se establece luego de analizar por largo tiempo la formación militar en cadetes norteamericanos (y esto se ha replicado a otros escenarios). Duckworth, junto con otros investigadores, encontró que aunque todos partían de condiciones físicas e intelectuales parecidas, había algunos que libraban con mayor determinación pruebas difíciles, concluyendo el entrenamiento, sin declinar.
Regresando al tema de los menores, también puede desarrollarse en ellos y ellas la perseverancia en cumplir ciertos propósitos, para que puedan librar los momentos desafiantes sin ‘soltar la toalla’. Pero para eso necesitan el apoyo de sus papás, e incluso, de quienes formen parte de la red cercana a ellos en su formación. No pueden espontáneamente ser determinantes.
Estoy segura de que las mamás coinciden en una respuesta cuando se les pregunta respecto a cuál es uno de los mayores regalos que puede haber para tus hijos. Lo inmediato es: ¡que sea feliz! Bueno, para llegar a ese punto, a ese bienestar, una de las mejores lecciones que un pequeño puede aprender es librar la frustración, que de vez en cuando los papás los dejemos fallar. Más valioso que la inteligencia en términos de IQ, o incluso calificaciones.
No lo digo yo, es larga la lista de investigadores en el ámbito de la pedagogía y la psicología positiva, entre otros, que son afines a esto. A diferencia del coeficiente intelectual, que es relativamente fijo, la determinación es algo que todos pueden desarrollar y no es un indicador ligado necesariamente al IQ.
Es favorable, y sobre todo en estos momentos de incertidumbre, darnos a la tarea de entender cómo trabajar y explicar a nuestros pequeños que nada es permanente y que aun en los momentos de mayor dolor y dificultad, puede crear y lograr sus metas. A esto
Duckworth le llama mentalidad de crecimiento, la cual es contraria a la “mentalidad fija”, que se caracteriza por frases como: “mamá, no soy bueno para esto. No nací con eso, creo que estoy condenado a fracasar o que me vaya mal siempre en cierta actividad”.
Quiero que mis ahijados no repitan esa forma de ver el mundo en donde, si te equivocas, ya no le entras al tema, porque quieres evitar la frustración, el dolor, la complicación. Sino que entiendan que pueden tener bien identificado ese grit: esa pasión permanente por algo. Ahora, te invito a que pongamos en práctica algunos de estos ejercicios para trabajar en esa determinación:
Sé que recurro a una frase común cuando digo que “el éxito rara vez ocurre en el primer intento”. No porque mi aseveración sea un lugar común quiere decir que es fácil deshacerse de esta forma de pensar, ¿no creen?
Para muchas familias una práctica común es hacer cuanto esté en sus manos para “quitar las piedras” del camino de su hijo, que no sufra un fracaso. No me malentiendan, eso no es crítica, lo que digo es que si queremos niños perseverantes, es importante entender que la confusión, la frustración es parte del viaje para ser perseverante. En lugar de lanzarte a solucionar la vida del niño todo el tiempo, permite que vivan los obstáculos y que a sus siete, ocho, nueve años –incluso desde más pequeños– vaya preparando su mente para ver cómo evitar esa limitante. Claro, hay que estar a un lado de ellos, observando, pero el chiste es que resistamos al impulso de solucionar una tarea, un problema con los amiguitos. Mejor hay que ayudarlos a pensar cómo lidiar con el problema, con las herramientas que tiene y a su edad.
Casi sin darnos cuenta, nos hemos repetido a lo largo de nuestras vidas que la habilidad es algo natural: que si somos buenos o no en algo es porque así nacimos, casi que es parte de nuestra herencia familiar. El problema con esta creencia es que puede llevar a nuestros hijos renunciar a las cosas, solo porque él o ella creen que no tienen el talento natural para algo. Renunciar a algo porque creemos no ser aptos, implica perderse de experiencias que ayuden a determinar qué es aquello que produce una especial pasión, motivación, entrega, y que vale la pena ser perseverante en ello aun con las caídas.
Incluso, mamá y papá pueden compartir sus propias luchas, no hay que olvidar que los niños aprenden de los adultos que los rodean. A veces, cuando estoy en un taller de orientación vocacional, algunos papás se acercan y me dicen: “enséñele a ver qué quiere, para que no vaya a errar como me pasó”. Si los pequeños ven que a sus papás les cuesta hablar de cómo manejan un problema o se ponen de mal humor por algo que no se cumplió, por ejemplo, les estarán negando la poderosa posibilidad de que aprendan a recuperarse y saber que aquello que consideramos fracaso y nos atemoriza, ocurre todo el tiempo. Si, por el contrario, el hijo o la hija ven que los papás se equivocaron al ayudarlo a hacer una tarea, pero hablan de ello con naturalidad, entonces aprenden que el fracaso no es un monstruo al cual temer.
Desarrollar la perseverancia o el grit es algo que debe hacerse diario. Probando con varias actividades, anotando aquello con lo que nos sentimos cómodos, sacando el tema en una comida con los pequeños. Nos han enseñado que tener una mentalidad de crecimiento es lograr todo con poquitas equivocaciones, o hacer las cosas casi con excelencia, porque de otra manera no cuenta. Al menos así fue en mi caso, y hoy estoy desaprendiendo esa forma de ver la vida.
Así como nos equivocamos, tenemos la posibilidad de levantarnos si tenemos un propósito más grande que el mal sabor de boca que nos produce que las cosas no salgan como queremos. Pero para ello, cabe recordar, hay que trabajar nuestro músculo de identificar, perseverar y perder el miedo a la frase: “mamá, papá, me equivoqué, aun cuando pensé que era el mejor en esto”. ¡Deja que tus hijos fallen!
*Ivonne Vargas es autora del libro “Contrátame”, periodista y conferencista con experiencia en investigación sobre Capital Humano, educación y carrera. Ganadora en dos ocasiones del Premio de Periodismo en Recursos Humanos que otorga la bolsa de empleo OCCMundial.
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