Por Claudia Rodríguez Acosta, psicoanalista
Imaginemos a dos niños, uno de un año y otro de diez. Imaginemos que ambos tienen un vínculo fuerte con su madre y que, por alguna razón, ella se tiene que alejar durante algún tiempo (tiene que hacer un viaje largo, la tienen que hospitalizar, está deprimida y no puede estar conectada con su hijo, etc.).
Ambos niños, de alguna forma, “pierden” a esa madre, al menos por un tiempo. ¿Para quién creen que pueda resultar más difícil esta experiencia? Casi todos responderán que para el niño mayor resultará más complicado porque “ya se da cuenta de lo que pasa”.
Si bien durante los primeros años de vida gran parte de las experiencias quedan olvidadas, eso no significa que desaparezcan ni que el niño no las sufra.
Los bebés y niños pequeños no tienen los recursos internos para poder digerir las experiencias desagradables, pues aún no tienen palabras para describir lo que les pasa, pero eso no significa que no lo vivan o que no lo sientan.
Regresando al ejemplo del bebé de un año y el niño de diez, el niño mayor sufrirá, pero podrá preguntar por su mamá, darse explicaciones sobre su ausencia, pensar qué está pasando, saber que va a regresar o buscar alternativas para aminorar su dolor. En cambio, el bebé de un año no tiene posibilidad de hablar de ese sufrimiento ni de pensarlo.
Entonces, probablemente ese dolor se manifestará de otra forma, por ejemplo, negándose a comer, presentando algún malestar, con insomnio, mostrándose demasiado irritable, etc. Por ello es tan importante la existencia de un adulto que traduzca el mundo.
Con esto no me refiero a explicarle absolutamente todo lo que está pasando, sino a poder identificar aquellas situaciones cotidianas que es necesaria decir y que el bebé entiende, por ejemplo: “parece que tienes hambre”, “¿estás cansado?”, ¿te duele algo?, “¿quieres jugar”, hasta situaciones más complejas que le afecten directamente: “tu papá y yo estamos enojados y por eso estás asustado”, “estás intranquilo porque te das cuenta de que yo estoy muy agobiada”, “te voy a dejar en la guardería unas horas porque tengo que trabajar, no quisiera separarme de ti pero voy a volver”, entre otras.
Con este tipo de verbalizaciones, el bebé entiende que hay un adulto a cargo de la situación, que está pendiente de él y de cómo se siente, que lo reconoce como ser humano con emociones, sensaciones y experiencias propias. Por ello es importante ayudar a nuestros bebés a procesar lo que viven, ¿cómo? Poniéndole palabras a lo que se vive.
Te recomenamos: Así puedes estimular el lenguaje de tu hijo.
*Claudia Rodríguez Acosta es Licenciada en Psicología por la Universidad Iberoamericana y Maestra en Psicoterapia General por la Asociación Psicoanalítica Mexicana. Es docente a nivel medio y superior y ejerce psicoterapia psicoanalítica en consulta particular en Ciudad de México, así como por Skype para pacientes que residen en el extranjero.
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