Categorías: Voces

Los niños más allá de la familia

Por Claudia Rodríguez Acosta, Psicoanalista 

A más de un año de la pandemia, los estragos psíquicos en muchos niños y adolescentes son cada vez más notorios; en el caso de los más jóvenes, el problema principal parece no ser el virus sino el encierro y, sobre todo, el haber reducido su interacción exclusivamente a la convivencia familiar.  

Las dinámicas dentro de la familia son importantes para la construcción psíquica, es decir, las funciones parentales permiten que el bebé se convierta en un sujeto con límites, lenguaje, deseo y herramientas necesarias para insertarse en la vida. La familia extensa también puede tener un papel primordial, ya que, en muchos casos, los tíos, abuelos y primos, son un sostén y dan a los niños la posibilidad de conocer otras formas de interacción y convivencia. Entonces, ¿por qué son tan importantes los vínculos fuera de la familia?

Pensando específicamente en niños y adolescentes, el grupo exogámico tiene una función muy importante. Gracias a la convivencia que se da en la escuela o en las clases extracurriculares, los niños encuentran espacios y personas con quienes descargar toda la energía que tienen. 

Cuando se tiene 5 o 15 años, no es lo mismo jugar o platicar con una persona adulta que con alguien de su edad; tampoco es lo mismo que ponga límites mamá a los ponga el maestro en la escuela. ¿Cuál es la diferencia? El grupo social fuera de la familia abre espacios en los que niños y adolescentes se sienten libres y autónomos; encuentran nuevas formas de ser y de actuar; permiten descargar no solo la energía, sino también la ansiedad, los miedos, los enojos que se viven dentro de la familia. 

El grupo exogámico nos mueve y nos exige salir de la posición de pasividad y dependencia; es decir, nos impulsa a crecer. 

La posibilidad de socializar y ser más libre

La escuela tiene una función estructurante, es decir, la organización de tiempos, espacios y actividades permite que los estudiantes construyan también una organización interna y les da una sensación de seguridad y confianza. 

El grupo exogámico también contribuye a reafirmar la identidad, sobre todo de los adolescentes; permite  seguir reglas de convivencia que se asumen por el simple hecho de que hay otros muchos niños o jóvenes que las siguen. 

Estos grupos nos hacen saber que no somos los únicos ni los más especiales, así como también, que no somos los peores. Mucho de lo que ha pasado desde que inició la pandemia es que los más jóvenes han tenido que seguir con clases desde su casa, que a veces se vuelven persecutorias, ya que hay un adulto que insiste en que no se distraigan, no hablen, trabajen todo el tiempo, pongan atención, participen, etc. 

Sin embargo, si lo pensamos, en las clases presenciales esto no funciona así. Si bien existe una figura de autoridad (maestra), esto no quiere decir que niños y jóvenes nunca se distraigan ni hablen o que siempre participen y trabajen. 

Lo que quiero decir es que la escuela y los grupos más allá de la familia son fundamentales porque posibilitan la socialización y una convivencia diferente, a veces más libre, menos persecutoria, con más opciones, con muchos modelos a seguir y con muchos compañeros y amigos que comparten intereses muy similares. 

Todos sabemos que las condiciones sanitarias actuales han impedido un regreso a espacios exogámicos, sin embargo, es importante tener presente que también se está presentando una epidemia de padecimientos mentales en pacientes muy jóvenes. 

El encierro no ha posibilitado que se exprese hacia afuera todo lo que un niño o un joven usualmente expresa; no les ha permitido tener sus propios espacios y actividades fuera de la mirada de los padres (a veces una mirada que ya también está cansada y rebasada por la situación actual). 

Así como es importante seguir cuidándonos del virus, así también es importante, de acuerdo con las condiciones de cada familia, permitir que los niños y jóvenes convivan con personas de su edad, sin la intervención de los padres, obviamente en espacios seguros pero dejando que jueguen, que convivan, que se expresen sin tener todo el tiempo a un adulto que supervise cada movimiento y cada palabra. 

Te recomendamos leer: Lo que el confinamiento se llevó de los niños.

* Claudia Rodríguez Acosta es Licenciada en Psicología por la Universidad Iberoamericana y Maestra en Psicoterapia General por la Asociación Psicoanalítica Mexicana. Es docente a nivel medio y superior y ejerce psicoterapia psicoanalítica en consulta particular en Ciudad de México, así como por Skype para pacientes que residen en el extranjero.

José Ángel Araujo

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