Enterarme de que iba a tener un sobrino fue una de las noticias que más me ha llenado el corazón de felicidad. No paraba de investigar, comprarle regalos y buscar las miles de dudas que se me venían a la mente: ¿Cómo cargarlo correctamente? ¿Cuál es el mejor biberón?… ¡Entre mil preguntas más que me surgieron, pues era completamente nueva en ese tema!
Entonces el bebé llegó. Todos estábamos felices celebrando, esperando nuestro turno para cargarlo, tomando fotos y más fotos. Y es que no es solo la llegada de ese ser especial sino todo lo que ocurre a su alrededor. Ese fue solo el principio porque un bebé transforma a toda la familia.
Mi sobrino me enseñó a querer sin condiciones, a amar el olor de alguien y sentir la paz que te produce uno de sus suspiros. ¡Fue increíble todo el torbellino de emociones! Cada gesto de su carita me hacía poner la piel chinita; recuerdo el momento exacto en que vi su primer sonrisa, esa carita tan pequeña, tan suave, tan vulnerable que era ahora parte de mi vida.
Bañarlo fue todo un reto: el miedo, la emoción… En verdad es inexplicable lo que sientes al tener en tus manos ese cuerpo tan pequeño, cálido y delgadito, como un pollito, ¡me lo quería comer a besos!
No podía dejar de mirarlo, ahí sentí unas ganas tremendas de ser mamá, pero se pasaron rápido, la verdad, jajaja. Al primer cambio de pañal, cuando ese precioso bebé se embarró hasta las orejas, pensé: “Bueno, tomémoslo con calma, quizá aún no es mi momento”.
Ese olor a bebé perduró en mi ropa durante varios meses, pues todos los días, religiosamente, llegaba de trabajar y pasaba directamente a verlo.
Quería estar presente, que supiera que yo iba a ser su tía, la divertida, la que jugaría con él, la que le cantaba canciones aunque él no tuviera ni la más mínima idea. Incluso cuando mi hermana estaba embarazada le ponía música de Queen porque… ¡tenía que saber de buena música desde antes de nacer! Mi hermana me odiaba por eso, porque solo daba play a la música y el bebé en el vientre no paraba de moverse. Ahora, fuera de la panza de mami, con más razón le cantamos y bailabamos. Nunca había disfrutado tanto la compañía de alguien. Definitivamente los sobrinos son seres mágicos que aman, enseñan a amar y que unen.
A mi me unió con mi hermana. Ese ser humano que en la adolescencia fue tan diferente a mí, con quien apenas cruzaba palabra, con la que por una larga temporada compartí habitación, ¡una habitación blanca porque jamás pudimos ponernos de acuerdo en un color!
Esa mujer tan ajena a mí, se ha convertido en mi cómplice, mi mejor amiga y la mujer que más admiro. El amor en común por esa personita, el compartir días y sobre todo, las noches en vela, eso marcó nuestras vidas y nos unió como nunca. Extrañamente, todo gracias a esas horas de ordeña interminable porque, literalmente, no podía dormir de dolor por esos litros y litros de leche que generaba, pero esa es otra historia, que les contaré en la siguiente edición de esta columna.
Giselle Guzmán Love, “La tía Gis”.
Apenas 37 años, comunicóloga de profesión y viajera de corazón, perteneciente a la comunidad LGBT+, en búsqueda de equidad e inclusión, la mayor de 4 hermanos, de familia inclusiva y tía del sobrino más increíble y precioso del mundo.
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