Por Nonantzin Martínez
La crianza de un hijo, aunque “pertenece” a mamá y papá –o a alguno de los dos cuando se lleva a cabo de forma individual–, es un ejercicio que se apoya en muchas manos. Incluso desde el minuto uno del nacimiento, muchas familias encuentran en las abuelas, en las hermanas, en las tías o en las primas –hablo en femenino porque son las mujeres las que generalmente hacen un acompañamiento en las primeras semanas y meses– el soporte que necesitan para los nuevos días con el bebé.
Después vienen, en algunos casos, doulas, asesoras de lactancia, enfermeras o cuidadoras. Luego se suman las amigas y amigos con bebés o hijos pequeños, que nos nutren con su experiencia y de quienes “cachamos” uno que otro consejo útil.
Conforme van creciendo nuestros hijos e hijas, estas redes de ayuda se expanden a otras áreas. El caso es que, la mayoría de las veces, nunca estamos solos, siempre hay alguien que nos echa una mano.
Convertirse en mamá es una revolución. Los primeros días son abrumadores. En el puerperio o cuarentena muchas mamás se sienten rebasadas no solo físicamente por la falta de sueño, la compleja lactancia, las nueva rutinas o por los cuidados extraordinarios si hubo alguna complicación con su bebé o con ella misma, sino también en sus emociones. Poder hablar con otras mujeres que están pasando por lo mismo y compartir experiencias similares, alivia. A veces se suman terapeutas y psicólogos si el proceso requiere de ayuda especializada.
Recuerdo que cuando tuve a mi hijo, hace 7 años, me invitaron a unirme a un grupo de Facebook que recién se había creado, justo por una mamá que encontró en esta vía la manera de liberar todas sus preocupaciones y dudas.
El grupo fue un éxito el tiempo que duró. Confieso que nunca fui tan activa participando; sin embargo, muchas de las preguntas que me hacía, alguien más ya las estaba preguntando, así que leer las respuestas era, de alguna manera, verme reflejada. Eso me hacía sentir que no estaba sola. Estas redes, por distantes que pudieran parecer, también aportan su granito de arena.
A los dos meses de haberme convertido en mamá, volví a trabajar, luego de la pausa que hice unas dos semanas antes de que naciera mi hijo. Durante mi embarazo me había convertido en freelance, pues mi pareja y yo habíamos decidido que él seguiría trabajando en la oficina y yo lo haría desde casa. Nuestro plan de vida y laboral funcionó muy bien y, a las 8 semanas posteriores al nacimiento, me ofrecieron un proyecto que duró tres años.
Tuve la posibilidad de hacer home office, con una o dos juntas presenciales al mes. Sin mi red de apoyo para poder trasladarme a las reuniones, porque mi pareja tenía una jornada de 9 a 6 pm, difícilmente lo hubiera logrado. En este caso, fue mi hermana y la abuela paterna de mi hijo quienes nos apoyaron en el cuidado de nuestro hijo.
Cuando cumplió nueve meses de edad, tomamos la decisión de inscribirlo a la guardería. Ese apoyo fue fundamental para que yo pudiera seguirme desarrollando. Lo hicimos en una privada, porque el IMSS no me daba ese beneficio, ya que yo no era una trabajadora formal, sino independiente. Dejarlo por la mañana en manos de cuidadoras me permitió seguir creciendo profesionalmente.
Ahora veo y leo esperanzada que cada vez hay más redes para mamás emprendedoras o que ofrecen sus servicios desde casa. Y las empresas están apostando por ellas, por nosotras. Si hay un aprendizaje profesional que me ha dejado la maternidad y el home office, es que la productividad y el compromiso se potencian, aun con un pequeño con una energía inagotable corriendo por todos los rincones de la casa.
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En la guardería de mi hijo se gestó otra red, que aún sigue vigente en mi vida, con las mamás de sus primeros compañeros de juegos. Al día de hoy ya no están en la misma escuela todos, pero ha sido muy reconfortante compartir idas al parque y cafecitos al atardecer –cuando no había pandemia, claro– e intercambiar consejos de salud, finanzas, educación, esparcimiento, alimentación, preocupaciones por lo que pasa en la ciudad, en el país, en el planeta. No hay como sentarse y hablar, aunque no siempre coincidamos en todo, para aligerar tensiones.
Otra red fuerte que me apoya es la que construimos algunas mamás que nos conocimos en el kínder y que continuamos en la primaria. Al día de hoy, en confinamiento y con ya casi un año de que los niños y niñas toman clases en línea, es muy útil la conversación que entablamos respecto a este proceso tan complejo que estamos viviendo.
Con ellas también he logrado un entramado poderoso, que no se circunscribe a cuestiones de crianza, sino que también hemos construido un círculo virtuoso laboral con proyectos en conjunto.
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Desde que estaba embarazada, sabía que no estaba sola. Aunque no tenía idea de quienes se subirían al barco conmigo a lo largo de los años, sabía que podía contar, sin pedirlo, con mi mamá y mi familia, que a pesar de que no viven en la ciudad, siempre están al pendiente de nuestras necesidades; y con la familia paterna de mi hijo, en quien también nos apoyamos muchísimo. Soy una afortunada por tener a mi lado a una enorme y amorosa tribu, de sangre y de no sangre, que siempre está para nosotros.
Todos ellos han contribuido a la crianza de nuestro hijo. Sin su tiempo, su cariño y sus consejos, nuestra vida no tendría el mismo rumbo. Nuestro hijo es quien es, de alguna manera, gracias a este acompañamiento.
No descuidemos nuestras redes ni abusemos de ellas: están ahí, de manera incondicional, y lo mejor que podemos hacer es seguir cultivándolas y dándoles el lugar que se merecen.
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*Nonantzin Martínez es periodista especializada en temas de estilo de vida, crianza, maternidad y gastronomía. Ha sido parte de las redacciones de las revistas Marie Claire, Glamour, Padres e Hijos y Balance, y colaborado en Good Housekeeping México, Cocina Fácil y GQ México. Actualmente es editora de Baby Creysi, aprendiz de fotógrafa y mamá de un niño de siete años.
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