Por Ollin Islas Romo
Durante años hemos escuchado que la maternidad es la meta. Nos han dicho que convertirse en mamá es el punto climático en la vida de una mujer. Que la felicidad será indescriptible y nuestras vidas se llenarán de alegría. Que el embarazo es la etapa más hermosa que viviremos y, probablemente, de la que sentiremos más nostalgia.
Los medios han puesto su granito de arena. A lo largo de nuestra vida hemos visto quizá miles de imágenes de mujeres embarazadas que lucen plenas y felices. No tienen miedo. No están enojadas ni sufren ataques de llanto. No lamentan tampoco los cambios en su cuerpo ni se sienten incómodas con ellos. Se muestran apacibles, hermosas, satisfechas, con una sonrisa delicada, “femenina”, llena de satisfacción.
Pero, como suele ocurrir en la maternidad, la realidad es muy distinta. El embarazo es un proceso enigmático, en el que desde el momento de la concepción se espera que se den ciertos acontecimientos (que el bebé tenga cierto tamaño, que la madre cuente con ciertos niveles, que al mes X suceda Y), pero en el que no estamos seguras de nada y todo puede cambiar en un segundo. En el embarazo, tememos mucho, sabemos poco y no tenemos ninguna certeza.
Muestra de ello son los estudios que señalan que, después de los adolescentes (otra etapa llena de dudas, cambios y sentimientos encontrados), las mujeres embarazadas son quienes más hacen búsquedas en Internet. También llama la atención el porcentaje de embarazadas con depresión perinatal (se estima que 20% la sufre) y lo poco que se habla del tema.
Como en toda la maternidad, en el periodo de gestación las mujeres se juegan el cuerpo, la salud y el tiempo. También hay más posibilidades de que pierdan su trabajo durante el embarazo, que las despidan al regresar de la incapacidad o a que simplemente les nieguen el derecho a tener uno (Conapred ha señalado que las mujeres embarazadas son las más discriminadas en el terreno laboral en México).
Otra situación frecuente es que el padre huya para nunca más volver, dejando en la mujer la responsabilidad total de la manutención y crianza del hijo que está por nacer. El caso es tan común en nuestro país, que ya en Nuevo León se propuso una reforma de ley que castigará penalmente a los hombres que decidan separarse y no sostener económicamente a una mujer que se encuentra en el periodo de gestación, pues se reconoce que éstas son personas que están en una etapa vulnerable.
Muchas mujeres embarazadas pierden sus redes. Se habla poco, pero es una realidad que amigas o grupos de amigos que eran pilares en sus vidas y no tienen interés en la maternidad deciden alejarse de ellas. Los motivos son de lo más diversos: sobre las mujeres embarazadas ya pesan innumerables prejuicios que existen contra las madres, como que no son divertidas, que sólo les importan sus hijos o que dejan de ser ellas mismas para convertirse en las mamás de alguien más.
Las embarazadas son juzgadas por cada decisión que toman: el momento en que decidieron ser madres, su edad, el padre que escogieron para su hijo, su peso, si deciden continuar con sus actividades, si deciden dejar de hacerlas, si se deprimen, si solo hablan de su embarazo, si tienen miedo, el modo en el que planean parir y el lugar en el que pueden hacerlo… la lista es dolorosamente infinita. No hay comprensión ni empatía ni solidaridad para quienes hoy gestan y mañana criarán a las personas que construirán el futuro.
No podemos olvidar que para cambiar el rumbo del país es indispensable aniquilar esas maternidades que se ejercen en medio de la soledad, la incomprensión y la violencia. Solo hacer comunidad con quienes crían o criarán puede garantizar infancias felices.
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* Ollin Islas es periodista, promotora de los derechos de niños, niñas y adolescentes y fundadora de Morritos, una asociación civil que trabaja para prevenir la violencia sexual y todo tipo de maltrato contra las infancias.