Como seres humanos estamos expuestos durante toda la vida a cambios constantes. Algunos son casi imperceptibles, mientras que otros son tan radicales que exigen una reorganización de la mente, del estilo de vida, incluso del cuerpo y de la identidad.
Uno de estos grandes cambios es el hecho de convertirse en padres. La llegada de un bebé transforma no solo el cuerpo de la mujer, sino muchas otras cosas que van más allá de un simple cambio de conductas y hábitos. Convertirse en padre o en madre implica movimientos internos que no se ven, pero que se manifiestan en la manera de ver y de sentirse en la vida.
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En la actualidad, es muy común buscar ayuda para saber cómo parir, cómo amamantar, cómo lograr que el bebé duerma, cómo saber cuánto debe dormir, cómo saber cuánto debe comer, etcétera. Lo que muchas veces se deja de lado, es que los únicos y verdaderos expertos en el cuidado de su bebé son los propios padres.
El recién nacido necesita de un sostén tanto físico como psíquico llevado a cabo, generalmente por la madre; a su vez, esa madre necesita entonces de alguien que también la sostenga, que la apoye, que la acompañe, que le ayude y sobre todo que valide lo que ella percibe de su bebé.
Algunos padres primerizos preguntan ¿qué es lo más importante para mi bebé? ¿Cómo debo tratarlo? No hay una respuesta única, un bebé necesita una relación cálida y constante con su madre, y cuando hablo de madre no me refiero necesariamente a la mujer que lo parió, sino a la función de cuidar y hacerse cargo de ese bebé.
Los bebés necesitan constancia, vivir en un ambiente predecible, de alguien que los respete y que haga la función de traductor (“tienes hambre, tienes frío, te duele algo, no puedes dormir porque sabes que en la familia estamos preocupados, estás asustado porque mamá tuvo que regresar al trabajo y no la puedes ver durante mucho tiempo).
Muchos padres también preguntan si el bebé entiende todas esas explicaciones y la respuesta es sí. No solo las entiende sino que, esas verbalizaciones tan simples y a la vez tan profundas, lo calman, y de alguna forma lo hacen sentir seguro, ya que le hacen saber que hay alguien que es capaz de explicarle lo que está pasando.
Cada quien tiene su estilo de criar, cada madre decide si quiere amamantar o no, cada quien decide si quiere programar o no una cesárea, cada familia tiene sus hábitos, sus valores e ideales. Todos enriquecen al niño, siempre y cuando no atenten contra su integridad, esto es, siempre y cuando no lo violenten física ni emocionalmente. ¿Qué es lo más importante que les diría a los padres primerizos?
- Busquen un pediatra en quien confíen al 100%; un pediatra con ética y con una formación sólida.
- Confien en ellos mismos y en su capacidad para ser padres.
- Pidan apoyo cuando sientan que no pueden más.
- Cuestionen todo aquello que perciben que no va bien, por ejemplo: ¿por qué no podrá dormir, ¿por qué se enfermará tanto?, ¿por qué nos dará miedo que duerma en su habitación? Si el pediatra ya nos dijo que está bien ¿por qué insistiremos en que coma más?, ¿por qué buscaremos que tenga horarios estrictos? O al revés, ¿por qué queremos que no tenga horarios?
Todas estas preguntas pueden generar nuevas formas de vincularse con el bebé: son preguntas, no respuestas, y las preguntas permiten abrir muchas posibilidades que tal vez no conocíamos.
*Claudia Rodríguez Acosta es Licenciada en Psicología por la Universidad Iberoamericana y Maestra en Psicoterapia General por la Asociación Psicoanalítica Mexicana. Es docente a nivel medio y superior y ejerce psicoterapia psicoanalítica en consulta particular en Ciudad de México, así como por Skype para pacientes que residen en el extranjero.