Cuando el ciclo escolar está por concluir, las calificaciones finales son un tema de mucho interés para los papás, aunque a veces a los chicos esto no les parezca para nada importante. Hablar del tema es causa de polémica, hay quienes dicen que un número no representa los conocimientos reales que tiene un estudiante (ya que no todos los seres humanos somos iguales), y están los que les es indispensable que la boleta esté llena de dices o que al menos tenga la mayor cantidad posible de ellos. Y luego del esfuerzo del año y ante lo prometido por algunos padres, no falta el peque que se acerque orgulloso y esperando el premio con la famosa frase: Saqué puro 10, ¿qué me das?
De acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), las calificaciones son una manera en que la sociedad comunica sus valores referidos a la educación y las habilidades necesarias para ser buenos alumnos. Las calificaciones tienen el propósito principal de promover el aprendizaje de los estudiantes informándoles sobre sus progresos, alertando a los profesores sobre las necesidades de los estudiantes, y verificando el grado en que los estudiantes han dominado un tema o materia particular.
Sin embargo, a veces las calificaciones se convierten en una fuente de ansiedad o de orgullo para los estudiantes, y es responsabilidad de los papás enseñarles cómo deben entender el tema de las calificaciones, claro que esto depende del estilo de crianza que cada familia elige seguir, pero recuerda que el que un peque te diga saqué puro 10, tiene sus pros y sus contras.
Lo que es un hecho es que las calificaciones son un sistema necesario para la política educativa de cada país, y como sucede con las familias, cada gobierno decide cuál es la forma que le conviene a su población. En México la norma es que a la mejor calificación (10) se le dan cargas incluso emocionales, haciendo que haya quienes solo piensan en este número y no en obtener un conocimiento real y permanente.
Muchas veces, la idea de premiar un buen trabajo escolar se basa en la dinámica trabajo-recompensa en la escuela. Las recompensas son elementos que se utilizan como reconocimiento al trabajo bien desempeñado: pueden ser puntos extra en la calificación final, o, cuando son más pequeños, estrellas pegadas en la frente, estampitas, e incluso golosinas.
Con metodologías como la gamificación (anglicismo que proviene de la palabra game -juego-) donde cada paso adelante supone un premio (saqué puro 10), muchas veces el mero hecho de participar o finalizar una tarea se convierte en algo extra, aunque sea parte de las obligaciones de cada pequeño.
Milagros Torrado Cespón, Doctora cum laude en filología inglesa por la Universidad de Santiago de Compostela, en colaboración con Joel Manuel Prieto Andreu, Profesor y Doctor en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, en su estudio sobre experiencias didácticas gamificadas nos comentan que dar premios a cambio de buenas calificaciones puede afectar la motivación de tus hijos, e incluso afectar su rendimiento. Si las recompensas se convierten en algo habitual a lo largo del ciclo escolar, tus peques dependerán de ellas para seguir adelante. En el momento en el que su atención se centra en la recompensa, en el saqué puro 10, ¿qué me das?, y no en aprender o adquirir habilidades, entramos en una dinámica de sobrejustificación, o sea, el aprendizaje solo es valioso si se recompensa con algo tangible.
Comparaciones y competitividad
Hay otro tipo de recompensas que pueden ser aún más dañinas. Las recompensas por sobresalir, el premio por ser el mejor. Con esto, podemos estar incitando a la competencia poco saludable entre hermanos. Al competir por una recompensa, el foco se pone en ganar. Les estamos enseñando a trabajar centrándose únicamente en el logro personal sin importar a quién perjudiquen. Entonces, aprender y desarrollar habilidades quedan en un segundo plano.
Autoestima y aburrimiento
No conseguir una recompensa afecta también la autoestima de tus hijos. El pequeño más rezagado se rinde y se resigna a no ser lo suficientemente bueno. Por otro lado, es difícil mantener el interés por la recompensa a largo plazo. El efecto de la novedad es pasajero y, al desaparecer el interés, los efectos positivos se evaporan.
Dar cosas materiales a cambio de buenas calificaciones se puede considerar una especie de chantaje. Es completamente natural sentir que es bueno recompensar un 10, pero si este gesto de reconocimiento se convierte en costumbre (u obligación), entonces puede ser contraproducente ya que corres el riesgo de fomentar en tus hijos una actitud materialista o interesada y no un interés real por obtener conocimientos nuevos.
José Luis Pinillos, en su libro Aprendizaje, recompensas y castigos, nos dice que premiar las buenas calificaciones en los niños puede tener efectos positivos y negativos:
Efectos positivos del saqué puro 10:
Efectos negativos saqué puro 10:
Lo negativo puede convertirse en positivo si aprendes a actuar según las necesidades de tus hijos. Así, una buena recompensa es aquella que saca a relucir lo bueno del proceso de aprendizaje y destaca el conocimiento adquirido: escoger fruta madura en el supermercado, usar sus conocimientos de inglés para cantar en el coche o, simplemente, sumar los puntos en los juegos en familia.
Lo ideal es convertir las recompensas en una fuente de motivación: enseñar a tus hijos que el premio más grande es todo lo que pueden hacer gracias a lo que han aprendido; considerar cuidadosamente las repercusiones que puedan acarrear los premios que prometemos a veces sin pensar; y buscar formas efectivas de motivar sin sacrificar su interés innato por el aprendizaje.
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