Si alguna vez tienes la fortuna de conocer a una familia de Japón con hijos te va a sorprender la forma como están educados los niños. La mayoría son amables, ordenados, con respeto a sus padres y a la vida misma, realmente es impresionante ver el empeño que desde muy pequeños ponen en sus labores. La clave está en la crianza al estilo japonés, los principios que tienen y que todos deberíamos adoptar.
En Japón, todas las instituciones, llámese familia, gobierno, escuela o religión, TODOS saben que la base de la sociedad es la crianza de los niños. Los pequeños son comparados con una planta que requiere alimento, cuidado, entrenamiento y poda para crecer adecuadamente. Se les inculca desde muy chicos la empatía, el deber, la obediencia y el control sobre sus sentimientos.
Los japoneses tienen filosofías de vida que los han llevado a ser una de las sociedades más disciplinadas del mundo. No es casual que sean potencia y cuando conozcas algunas de sus reglas de crianza entenderás la razón.
En Japón saben que la mujer es fundamental en la crianza de los niños. Ellas son quienes determinan su alimentación, su vestimenta, la escuela a la que van a asistir y las actividades extracurriculares que van a llevar.
Cuando los bebés son pequeños usan el onbuhimo, una especie de portabebé (muy parecido a los rebozos mexicanos) con la finalidad de llevar al pequeño todo el tiempo. Además de que es ergonómico (se adapta al cuerpo de la madre) y ayuda con el peso, permite que el bebé esté cerca de su mamá y pueda mirar el mundo a su altura.
La crianza de la madre se basa en un principio llamado ikuji, que se divide en tres etapas:
El hijo debe ser tratado como un “dios” y se le permite todo, no para malcriarlo, sino para crear en él la noción de que es querido y bueno. Se prioriza el amor y apoyo incondicional.
El niño es considerado “sirviente”, pero ojo, no para minimizarlo o que sea visto como el pequeño “esclavo” de los adultos, más bien se busca que aprenda a tener una actitud de servicio a la sociedad. Se le enseñan valores y normas de convivencia para ser una persona de bien. Tanto la escuela como la familia trabajan alineados a este principio en donde se le enseña el trabajo en equipo y el bienestar más allá del individual.
Esta fase de la vida es crucial porque la crianza se enfoca en que los niños logren ser autosuficientes. Son muy estrictos en cuanto al cumplimiento de las reglas, pero siempre anteponiendo el amor (amae), esto significa que la relación se basa en el apego y en que los niños sepan que pueden contar con sus padres.
A partir de esta edad el adolescente se ve como un igual. Desde los 12 años los niños ya tienen que lavar su ropa, secarla, guardarla y asear su cuarto. A los 15 ya deben saber cocinar y ganar dinero honestamente. También se les inculca a gastarlo con prudencia.
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De acuerdo con la investigación, La familia, un estudio comparativo de percepciones juveniles de mexicanos y japoneses, de Mario Alejandro Salgado, publicado en la Revista de Investigación de la Universidad de La Salle Bajío, una diferencia grande entre la cultura japonesa y la mexicana es el concepto de familia.
La familia mexicana está cimentada en dos posiciones fundamentales: la incuestionable y absoluta supremacía del padre y el absoluto autosacrificio de la madre. En lo que respecta a la ideología japonesa, la palabra ie (casa, hogar o familia) es el punto clave. Si bien también es patriarcal, su pilar es la cooperación, esto se debe a que desde siempre han sido una sociedad agrícola donde la ayuda mutua les ha permitido subsistir.
La familia extendida tiene gran relevancia, los niños están en permanente contacto con sus abuelos, tíos y primos. Se tiene claro que todos son parte del grupo. Los ancianos son venerados y respetados y se acostumbra tomar en cuenta su opinión. Las reglas dentro del entorno familiar incluyen:
Además de la escuela, se busca que los pequeños formen parte de grupos extra escolares: algún deporte, actividad cultural o club para aprender a trabajar en conjunto.
Un punto fundamental en la crianza de los niños japoneses es que se les enseña a ser empáticos y respetar los intereses de los demás. Es lo que llaman kimochi–shug, una forma de pensamiento que contempla la importancia de los sentimientos para intentar percibir las intenciones ajenas y adaptarse a la sociedad.
“Por ejemplo, si un niño patea y maltrata un juguete, las madres japonesas corregirán dicha conducta con una expresión similar a ‘el juguete estará llorando de dolor’, en otras palabras, en Japón, para modificar una conducta del niño se resaltan las emociones de otros; incluso si se trata de objetos inanimados, de tal forma que los preparan para que en un futuro, como miembros de la sociedad, sean sensibles a los sentimientos y necesidades de los demás”, dice Salgado en su investigación.
En el libro Mente japonesa: Cómo entender la cultura japonesa moderna, de Osamu Ikeno, el autor explica un experimento que hicieron con madres japonesas y europeas. Les pidieron que les enseñaran a sus hijos cómo hacer una pirámide.
Mientras las madres europeas explicaron a detalle a los niños cómo debían formar sus bloques y luego pedían que los pequeños repitieran el proceso, las japonesas invitaban a los niños a formar los bloques a su paso, por imitación.
A este tipo de aprendizaje se le llama sugestivo. Las europeas daban la teoría, mientras que las japonesas se basaron en el ejemplo. Así es la crianza de las madres japonesas, pocas veces ordenan a sus hijos, más bien actúan de forma sutil insinuándoles lo que deben hacer con su propio ejemplo.
Hay muchos otros valores como la honestidad, el respeto, la solidaridad, la humildad, la paciencia, la lealtad, la austeridad y la gratitud, que también rigen la cultura japonesa. Actualmente muchas costumbres occidentales influyen también en su cultura, sin embargo, no dejan atrás sus principios. Son un verdadero ejemplo para el mundo.
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