Por Nonantzin Martínez
El proceso de adaptación al que nos ha obligado el confinamiento, total o parcial, y el distanciamiento social de estos meses en pandemia, ha sido un golpe muy fuerte para las emociones infantiles. Si bien los efectos dependen de la personalidad que están desarrollando, de sus recursos internos y del manejo que sus padres y adultos cercanos están haciendo, todos, en mayor o menor medida, han tenido algún malestar.
No es raro que manifiesten estar temerosos por lo que pueda pasar en el futuro, nos dice el maestro en psicoterapia psicoanalítica Manuel Hernández García, conferencista y director de la clínica y consultoría Descübriéndote, en la Ciudad de México: “aunque parezca increíble, muchos pequeños se sienten muy angustiados por el COVID-19 y se hacen preguntas del tipo «¿y si pierdo a un ser querido?», «¿volveré a ver a mis amigos?», «¿regresaremos a la escuela?». Esta situación de encierro y de no poder hacer muchas actividades, como antes, o de agregar nuevas como tomar clase en línea, los ha puesto en el punto de sentirse irritados, apáticos o frustrados y de experimentar miedo, angustia y ansiedad”.
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Ante un evento de la magnitud de una pandemia, es muy importante observar cómo se conducen las emociones infantiles. ¿Qué manifestaciones pueden tener que nos sugieran que estén pasando por un estado de estrés o ansiedad?
Síntomas físicos:
Signos emocionales:
Tanto síntomas físicos como emocionales pueden combinarse o presentarse por separado.
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Ser resilientes en estos tiempos es fundamental, por eso el psicoterapeuta Hernández García sugiere que hay que enseñar a nuestros hijos que siempre nos vamos a enfrentar a situaciones difíciles, problemas, pérdidas y rupturas, pero siempre resaltando que son parte natural del proceso de vivir: “si ellos aprenden a mirar desde ese lugar sucesos como el que estamos pasando, tendrán herramientas para ver la vida como un reto al cual se podrán adaptar, sobreponer, levantar y del que aprenderán para crecer”.
Junto con ello, el especialista destaca la importancia de validar los sentimientos y emociones infantiles, ya que “estamos acostumbrados a no reconocer lo que nos pasa”. Por ejemplo, nos dice, cuando un pequeño que está jugando se cae y empieza a llorar, nuestra respuesta inmediata suele ser: “¡levántate, no pasó nada!”. ¡Claro que pasaron cosas! Se cayó, se pegó y le dolió.
Reconocerlo es validar sus emociones, ofreciendo alguna alternativa para resolver el problema: “mi consejo es permitir al niño que llore, preguntarle si se asustó y abrazarlo, y quizá decirle “sí, te raspaste, va a dolerte un ratito pero vas a estar bien”.
Una vez con la resiliencia y la validación de los sentimientos en mente, toca reflexionar si desde nuestro papel de papá o mamá estamos promoviendo o favoreciendo la aparición de estos cuadros de angustia y ansiedad. Al respecto, el psicoterapeuta señala: “hay dos formas en que nosotros los provocamos. El primero es con una hiperexigencia y el segundo con la sobreprotección.
La primera implica que se exija mucho a los niños, a tal punto que se sientan estresados por cumplir con las metas que se les piden. Esto, en consecuencia, los lleva a experimentar angustia y miedo cuando saben o sienten que no podrán cumplirlas.
Respecto a la sobreprotección, se trata de una dependencia emocional por parte del menor hacia los padres, que les resuelvan todo, y cuando tienen que hacer las cosas por sí mismos o de acuerdo con las exigencias del entorno, se vuelven más demandantes y entran en estados de angustia y ansiedad”.
¿Preparados para hacerle frente a los vaivenes emocionales de sus hijos e hijas?
Generen un balance entre la exigencia con el cumplimiento escolar y la empatía hacia esos procesos que los estresan y llenan de angustia.
Mantengan estructuras de horarios (desde el momento de despertar, los tiempos de comidas, las tareas escolares, las horas para jugar, hasta la hora de dormir). De manera simbólica, los horarios se convierten en una forma de contención emocional porque saben a qué hora realizarán tal actividad y de cuánto tiempo disponen. Estos límites dan certeza respecto a lo que va a pasar durante el día y lo que se espera de ellos. No hay que perder de vista que “el ser humano necesita certezas en la vida para experimentar seguridad, y la pandemia, en cierto sentido, nos quitó esa sensación de certidumbre”, considera Hernández García.
Echen mano de técnicas de respiración, relajación o meditación para que puedan canalizar su ansiedad.
Ahora toca ponerlo en práctica y tener paciencia. “Los adultos también necesitamos momentos en los que podamos darle salida a toda esa serie de sentimientos e inquietudes que nos tienen al borde del agotamiento. Hacerlo nos servirá para seguir avanzando frente a este evento adverso que no solo ha puesto en riesgo nuestra salud, sino también la economía y la tranquilidad emocional”, finaliza el experto.
Si ya llevaron a cabo algunas de estas estrategias y los síntomas son muy marcados y no mejoran, particularmente si duran más de 15 días, hay que considerar la posibilidad de consultar a un especialista.
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