Por Nayeli Rueda
Si queremos ser una sociedad incluyente, necesitamos hablar con las niñas y niños sobre las diferencias, pero sin discriminar, y explicarles que no está bien excluir a la gente por sus rasgos físicos, su color de piel o sus preferencias sexuales.
Desde el hogar, es necesario hablar de las diferencias: étnicas, políticas, religiosas, culturales, sexuales, entre otras, sin juzgar o estigmatizar.
Las niñas y niños son incluyentes por naturaleza. “La inclusión no se aprende. Lo que se aprende es la discriminación”, enfatiza Guadalupe Barajas López, embajadora por la inclusión del proyecto InclúyeT, avalado por la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE).
Hace 20 años “no se hablaba tanto de incluir y, en lo personal, nunca sufrí acoso escolar o rechazo por estar en una silla de ruedas”, dice la activista. Por eso, al hablar de inclusión y de niños, nuestra tarea es promoverla y fomentarla.
Para la también conferencista, los pequeños no hacen diferencias o divisiones, a menos de que lo aprendan de sus padres y cuidadores. Muchas veces son los adultos quienes enseñan a temer o a rechazar lo diferente.
No hay que evadir los cuestionamientos cuando un niño pregunta: por qué dos hombres se toman de la mano; por qué esa mujer está en silla de ruedas; por qué esa persona va descalza; por qué esa persona no tiene piernas.
Así como en una charla familiar se habla de los valores, como el amor y el respeto, se debe platicar –con toda naturalidad– de la discapacidad y la diversidad.
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Si los adultos se esfuerzan por ser incluyentes y hablar de inclusión, las empresas, las escuelas y la sociedad en general, serán incluyentes.
De acuerdo con la Real Academia de la Lengua, la palabra inclusión es la acción y el efecto de incluir. En tanto, para Barajas López, significa “reconocer las diferencias de cada individuo y aceptar a cualquier persona independientemente de sus características”.
Lo contrario sería discriminar. De acuerdo con el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED), las personas con discapacidad, personas adultas, niñas, niños, jóvenes, personas indígenas, con VIH, no heterosexuales, con identidad de género distinta a su sexo de nacimiento, personas migrantes, refugiadas, entre otras, son más propensas a vivir algún acto de discriminación.
Los adultos somos los que debemos poner en marcha algunas habilidades para evitar discriminar. Si reconoces que no eres un padre o madre incluyente, podrías trabajar en algunos aspectos, como:
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Si hablamos de discapacidad, hay que explicarles a los niños que es una condición de vida y permitirles que pregunten. Asimismo, si queremos que nuestros hijos no excluyan, evita:
Respecto a la inclusión educativa, la activista menciona que todavía falta mucho por hacer para evitar la segregación y que todos tengan las mismas oportunidades y derechos, pues a veces solamente se integra a los niños, pero no se les incluye, es decir, “están dentro, pero fuera”. Sin duda, ha habido avances en la inclusión educativa, social y laboral, pero hay trabajo pendiente para que no sea una “inclusión de papel”.
Barajas concluye dando ejemplos de esta inclusión aparente: “Hay escuelas que se dicen incluyentes, pero segregan a los niños con alguna condición en salones especiales. O equipos de fútbol que tienen a una persona con discapacidad visual para decirse incluyentes. Y en lo laboral, crean puestos en los que no se aprovechan las capacidades de las personas con discapacidad”.
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