Por Jimena Guarque, terapeuta Gestalt y educadora perinatal
Solemos suponer que los niños deben tener conductas similares a las de los adultos (contestar cuando les preguntan algo, compartir, saludar, etcétera), pero forzarlos a una “madurez” precoz puede resultar infructuoso y por lo tanto frustrante, tanto para los padres como para los niños.
La madurez emocional y social se construye a través de los años, y aunque tiene ventajas como mantener la cohesión social, también tiene desventajas: los adultos solemos perder la naturalidad y la novedad con la que los niños ven el mundo. Permite que tu hijo se exprese sin censurar su curiosidad ¡verás que al darles voz a los niños tú también aprendes muchas cosas!
Déjalo preguntar. Los niños son observadores por naturaleza. Si ven a una persona diferente del promedio, es probable que la miren insistentemente y le pregunten ¿por qué eres así? Cuando regañamos a un niño por hacer preguntas “imprudentes”, también le transmitimos nuestros prejuicios (“se puede ofender”, “lo haces sentir mal”, etcétera). La espontaneidad con la que los niños preguntan es parte de su deseo de comprender el mundo. Cuando haga una pregunta difícil, trata de contestarle a su nivel sin dar explicaciones muy elaboradas (“todos somos diferentes y eso enriquece el mundo”). Una vez que sacie su sed de curiosidad, integrará mejor estas diferencias como parte de la vida cotidiana.
Déjalo llorar. Expresar tristeza, frustración o miedo a través del llanto lo ayuda a poder manejar mejor estas emociones. Si tu hijo está triste porque no terminó un juego antes de irse de casa de su abuela o asustado porque se cayó, no utilices frases como “no seas berrinchudo”, “no es para tanto” o “ya pasó, ya pasó”, ¡déjalo expresarse! Carlos González, un pediatra enfocado en la crianza respetuosa lo explica así en su libro Bésame mucho: “Su hijo no es nada llorón. ¿Cómo que no, si se pasa el día llorando?, me dirá. Es cierto, llora más a menudo que los adultos. Pero las cosas que nos hacen llorar a los niños y a los adultos son totalmente distintas. Todas ellas ocurren varias veces al día. En cambio, las cosas que nos hacen llorar a los mayores (que te despidan del trabajo o te hagan una inspección de hacienda) ocurren solo de tarde en tarde. Por eso parece que somos menos llorones, pero no es cierto”.
Entre las cosas que con más frecuencia hacen llorar a un niño pequeño están:
Separarse de su madre.
Intentar hacer algo que no le sale.
Notar algo raro y no saber qué es.
Necesitar algo y no saber cómo conseguirlo.
Trata de dimensionar lo que significa para él lo que está viviendo y de validar sus sentimientos, darle voz a los niños con una frase como “sé que tenías muchas ganas de terminar ese juego y que estás frustrado” o “sé que te asustaste mucho al caerte y que te duele tu rodilla, verás que te sentirás mejor con este remedio”. Así podrá ponerle nombre a su emoción y notará que sabes cómo se siente. Esto lo hará sentir mejor.
Déjalo contestar. Muchos padres no resisten la tentación de contestar las preguntas que les hacen a sus hijos por miedo a que cometan una imprudencia, suenen maleducados o simplemente no les entiendan. El efecto que logran es que sus niños se vuelvan menos sociables y que internalicen las respuestas de sus padres (que muchas veces son automáticas, del estilo ¿Cómo estás? Muy bien, gracias). Permitir que tu hijo o hija se comunique con otras personas lo ayudará a ganar seguridad en sí mismo y en sus habilidades de socialización.
Déjalo poner límites. Llega el abuelo y le pide un beso a tu hijo, él se esconde detrás del sillón. ¿Qué haces? Nunca obligues a tu hijo a besar o abrazar a alguien, ni siquiera a ti. Hacerlo le enseña que debe obedecer sin resistencia a cualquier adulto, aunque eso que le piden no se sienta bien. Establecer límites sobre su cuerpo permite al niño aprender a decir “no”. “Su cuerpo no pertenece a sus padres, a su maestro o a su entrenador. Aunque debe tratar a las personas con respeto, no tiene que ofrecer afecto físico para complacerlos. Y mientras más pronto aprenda sobre la propiedad de sí mismo y la responsabilidad sobre su cuerpo, mejor”, explica el sitio Escudo de la dignidad, dedicado a la prevención del abuso sexual infantil.
Deja que solucione sus problemas. Muchas veces las peleas entre niños escalan cuando los adultos llegan a “defenderlos”. Los niños que están sacando la lengua por un juguete pueden ser los mejores amigos unos minutos después si los padres no intervienen. Antes de reaccionar a una pelea de tu pequeño saltando como resorte para regañarlo, observa la situación y déjalo resolverla. Si es por un juguete, recuerda que los niños no desarrollan por completo la habilidad de compartir hasta los siete u ocho años, de acuerdo con un estudio de la Universidad de Zurich publicado en la revista Nature. Si los niños se están insultando o pegando, es momento de fungir como intermediaria.