El bajo rendimiento escolar es un problema frecuente en niños y tiene múltiples causas. Por lo regular se manifiesta en las áreas cognitivas, académicas y conductuales. Sin embargo, por desconocimiento, miedo a que nuestros hijos sean “medicados”, dificultad para identificar problemas emocionales o fisiológicos, e incluso por mala praxis de los docentes, tardamos en buscar ayuda para nuestros pequeños.
Para hablar sobre el tema platicamos con la doctora Sandra Schaffer, Directora del Centro Psicoaprende y de la Fundación de Neurociencias para el Desarrollo Integral del Individuo, quien nos explicó que el bajo rendimiento escolar va más allá de la falta de interés del alumno o la “flojera”.
“A veces padres y maestros no se dan cuenta de que existe un problema de aprendizaje y no son considerados. Eso afecta a los niños en su autoestima. Algunos maestros simplemente dicen que son unos flojos o no trabajan. Lo que yo siempre les explico a los papás es que no hay niños flojos, nadie quiere estar en un salón sin hacer nada. Más bien los niños no están teniendo las habilidades para llevar a cabo las tareas de la forma en la que se les pide”.
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De acuerdo con la experta, un problema de aprendizaje es un desorden neurológico que interfiere en la habilidad de una persona para almacenar, procesar o producir información.
“Esto tiene que ver con cómo nos entra la información y cómo la interpretamos. Los niños que tienen problemas de aprendizaje por lo general poseen una inteligencia promedio, no tiene nada que ver con su capacidad intelectual, más bien se afecta la habilidad para leer, para escribir, para desarrollar las matemáticas y en ocasiones también las habilidades sociales”, indica Schaffer.
La neuropsicóloga explica que casi siempre las causas son multifactoriales, es decir, no hay una razón única. Se pueden dividir en causas emocionales, problemas específicos de aprendizaje, así como dificultades sensoriales, conductuales y malos hábitos de estudio.
Cuesta trabajo detectarlas porque muchas veces involucra directamente a los padres, aunque también puede deberse a factores externos, que suceden en la escuela, o causas inherentes al propio niño.
Cambios en el entorno escolar: “El cambio de maestra o cuando inician un nuevo sistema escolar. Por ejemplo, los que van de preescolar a primaria o los que cambian de escuela. Quizá tenga conflictos con sus compañeros o dificultad para encontrar amigos”, dice la especialista.
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Ambiente: Problemas en el entorno familiar, separación de los padres, la llegada de un nuevo hermano o cambio de domicilio. “También puede ser la pérdida de un ser querido o si llega un familiar a vivir a la casa. Si hay problemas de adicciones o agresividad en el núcleo familiar. La sobreprotección o el abandono. Los cambios económicos repentinos, que los padres incrementen sus actividades laborales”.
Inherentes al niño: “Son situaciones que están dentro de nosotros. Por ejemplo, algún problema de salud, falta de seguridad, baja autoestima. Problemas fisiológicos que causan inseguridades: Si soy alto, bajo, gordo, flaco, tartamudo. Todo eso genera una imagen negativa de ellos mismos”.
Ansiedad y depresión: Solemos pensar que los niños no sufren ansiedad y depresión, pero esto es un error. Hay niños que de la simple tristeza pasan a perder interés en las cosas, se sienten indefensos o desesperanzados.
Lectura: Dificultad para percibir una palabra hablada como una combinación de sonidos. Incluso cuando dominan la lectura básica pueden tener dificultades como leer a un ritmo típico, entender lo que leen o hacer referencias basadas en la lectura. Hay problemas en la memoria funcional (capacidad de retener información).
Escritura: Escritura lenta y laboriosa, caligrafía difícil de leer, dificultad de volcar pensamientos en papel, texto mal organizado, problemas con la ortografía.
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Matemáticas: problema para comprender cómo funcionan los números, dificultad para calcular problemas y usar símbolos matemáticos.
Lenguaje: “Un niño que tiene problemas para hablar o reproducir los sonidos, que no dice la ‘r’, la ‘ñ’ o la ‘s’, sí le va a afectar en su aprendizaje porque va a escribir y leer igual que como habla. Su comprensión va a estar disminuida”.
Habilidades no verbales: Problemas para interpretar expresiones faciales y usar el lenguaje apropiadamente en situaciones sociales. Poca coordinación física, problemas de motricidad fina como escribir y dificultad de atención.
Conductuales: El más habitual es la conducta oposicionista. Cuando el niño no quiere hacer lo que se le pide y tiene una conducta en la que hace todo lo contrario o reta a la autoridad constantemente. “Puede ser que confronte a sus maestros, sus directores o a sus padres”.
Fisiológicos: Por ejemplo que el niño no vea o no escuche bien. “Aunque no tengamos dudas hay que hacer exámenes porque de ahí se puede derivar un problema en la lectura. Lo mismo con la audición porque interfiere en el dictado y puede acarrear un problema de discriminación, que se atrase”.
Déficit de atención: “La dificultad del chico para concentrarse y llevar a cabo sus tareas al ritmo de sus compañeros”.
Malos hábitos de estudio: Tener distractores mientras se realiza la tarea o se estudia (televisión o juguetes), tratar de aprender al último momento, estudiar cansado o con hambre, no tener un lugar adecuado para el estudio o las tareas (bien iluminado y con espacio suficiente), entre otros.
Las razones de las dificultades específicas del aprendizaje, así como los problemas de déficit de atención, también son muchas. “Puede ser hereditario, algún problema durante el nacimiento (no hubo una respiración adecuada), incompatibilidad RH de la madre, parto prematuro, peso bajo, algún golpe en la cabeza, incluso sustancias como el plomo en la sangre. Algunas veces desnutrición porque, aunque pensemos que los niños comen bien, quizá no tienen el balance adecuado y eso es factor de bajo rendimiento escolar”.
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Según la experta, lo primero es identificar el bajo rendimiento con atención a los focos rojos.
Una vez que se tiene la sospecha hay que ir al fondo de las causas con ayuda de un experto. El encargado de detectar y tratar estos problemas es el neuropsicólogo, preferentemente con una especialidad en el área de educación especial.
“Si solo revisa al niño un psicólogo pueden quedar huecos porque no va a poder indagar en la parte neurológica. Otro punto es que muchos padres temen llevar al psicólogo a sus hijos por miedo a que los mediquen. Dejan pasar dos o tres años, pero existen tratamientos como el neurofeedback en donde el niño no tiene que tomar medicamento y va más a la autorregulación y la terapia de aprendizaje. Pero eso lo tiene que diagnosticar el neuropsicólogo, hacer un electroencefalograma, un mapeo digital y pruebas computarizadas”, finaliza Sandra Schaffer.
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