Cuando las mujeres, por fin, tuvieron acceso a trabajos remunerados, resultó que no todo era miel sobre hojuelas: las tareas del hogar no pagadas siguieron siendo parte obligatoria de su jornada diaria, pues aunque ellas sí entraron masivamente al mercado laboral, ellos no lo hicieron así en las tareas domésticas. La triple jornada de las madres es abrumadora.

Y esto no es una percepción. Las cifras al respecto son contundentes: la Encuesta Nacional sobre el Uso del Tiempo (ENUT), realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) reveló que las mujeres trabajan 37.9 horas a la semana en un empleo remunerado y 39.7 horas en las labores no remuneradas del hogar. En contraste, los hombres trabajan 47.7 horas en actividades remuneradas y 15.2 en el hogar. 

¿Qué es la triple jornada?

La situación de las mujeres ya es complicada así, pero cuando se vuelven madres llega una jornada más: la de los cuidados. “La triple jornada es aquella que llevan a cabo muchas mujeres: la del trabajo remunerado, el trabajo de cuidados de los hijos o adultos mayores y el trabajo del cuidado de la casa”, menciona Carla Carpio, socióloga y profesora en la Universidad Nacional Autónoma de México. “Durante la pandemia, además, se agregó una jornada extra, la del cuidado de los asuntos escolares”.

Según la experta, el factor determinante para vivir esta triple jornada es la situación económica de las madres. Existen casos en los que las mujeres pueden aligerar la carga que se les atribuye por el simple hecho de ser mujeres pagando los servicios –generalmente de otras mujeres también– que puedan hacerse cargo de estas tareas. Sin embargo, quienes no cuentan con los recursos para ello lo tienen que hacer por su propia cuenta y, obviamente, sin pago.

Muchas mamás sufren de frustración y culpa, pues la dinámica de la triple jornada no les permite tener el tiempo (o la calma y los recursos) necesarios para el disfrute de la crianza.

La triple jornada de las madres: Una vida sin descanso

La misma encuesta de INEGI revela que, con la triple jornada, las mujeres prácticamente carecen de tiempo para el esparcimiento o el descanso, lo cual tiene repercusiones en su salud física, mental y emocional. “La carga de estar pensando todo el día en sus trabajos y profesiones, pero también en lo que se necesita en casa y lo que hay que hacer por los hijos provoca estrés y depresión que más tarde se reflejan en su salud en general”, dice Carpio.

Y ahí no terminan las repercusiones negativas de esta sobrecarga en las vidas de las mamás. La lista de daños es larga:

  • El desgaste físico, mental y emocional puede deteriorar los vínculos de las mujeres, pues el estado de estrés y tensión constante dificulta la comunicación y provoca cambios de humor, enojo  y resentimientos.
  • Muchas mamás sufren de frustración y culpa, ya que la dinámica de la triple jornada no les permite tener el tiempo (o la calma y los recursos) necesarios para el disfrute de la crianza o para tener más momentos de gozo compartidos con los hijos.
  • Las madres sin tiempo para ellas mismas tampoco pueden aspirar a mejorar profesionalmente. Justamente por la enorme inversión de horas que implica la triple jornada, no hay posibilidad de seguir estudiando, capacitarse o aspirar a puestos de mayor jerarquía que requieren también más tiempo en el espacio laboral.
  • La reproducción de esta triple jornada en una y otra mujer también acentúa sus desventajas frente a los hombres, por ejemplo, en el terreno laboral. “En el mercado profesional se les juzga igual a hombres y mujeres, cuando evidentemente ellas no tienen las mismas posibilidades ni han tenido las mismas oportunidades. Los hombres no se hacen cargo y la sociedad lo ve como algo natural y así se normaliza la violencia de género”, asegura Carpio.

La responsabilidad es de todos

Además de ofrecer una crianza libre de estereotipos, para que la triple jornada no recaiga en una sola persona es necesaria la corresponsabilidad. Esta no es solo del padre, aunque su participación sea absolutamente necesaria, también el resto de la familia, los amigos, las escuelas, las empresas y el Estado tienen un papel crucial en la formación y el sostén de las niñas, niños y adolescentes de hoy. 

La participación comunitaria y las redes pueden ser el antídoto a la inequidad que propicia crianzas que ya no se viven: solamente se sobreviven. 

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José Ángel Araujo

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