Por Ollin Islas
Tener hijos es un parteaguas en la vida de todas las mujeres: es una experiencia con muchos lados luminosos y también muchos oscuros que nos transforma para siempre. Esto puede resultar evidente para muchas mujeres que transitan con cierto éxito su vida laboral o profesional y, de pronto, después del parto, todo comienza a cambiar.
Al dificilísimo momento de regresar a la vida laboral después de haber parido un hijo, en muchísimas ocasiones se suma el rechazo de los compañeros, la exclusión de ciertos proyectos o planes de la empresa y, en el peor de los casos, las compañías deciden que la nueva mamá es prescindible y exigen su renuncia.
Por increíble que parezca, los despidos posparto no son ninguna excepción. De hecho, el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) reportó que la principal queja durante la última década en esta institución proviene justamente de mujeres que denuncian que las compañías terminaron su relación laboral con ellas en cuanto terminó su periodo de incapacidad por maternidad.
Adriana López Belda, socióloga, feminista y defensora de los derechos humanos, explica que “en general, las madres no son valoradas porque existe esta idea de que las mujeres son las que se encargan de cuidar a los hijos y los empleadores suelen creer que no van a estar tan comprometidas con el trabajo, que pedirán más permisos o querrán irse antes”.
Las acciones de abierta discriminación contra mujeres que deciden ser madres también resultan evidentes durante los procesos de selección de personal. “Muchos empleadores les preguntan a las mujeres –y no a los hombres– si tienen hijos o si está en sus planes tenerlos e incluso hay lugares en los que solicitan pruebas negativas de embarazo para que una mujer pueda continuar en el proceso de selección”, afirma López Belda.
La exclusión y hostilidad que viven las madres quedó reflejada en el estudio The Fatherhood Bonus and The Motherhood Penalty, publicado por Michelle Budig, una socióloga que ha dedicado 15 años a estudiar la brecha salarial. Entre sus hallazgos más reveladores se encuentran:
La evidencia apunta a que el problema no son los hijos, sino que aún en los entornos laborales prevalece la idea de que las madres son las únicas responsables de los cuidados y, por lo tanto, ellas deben ocupar el espacio privado, no el público.
Pero, ¿cómo transformar las acciones discriminatorias de las empresas hacia las madres? “Muchas empresas creen que por tener horarios especiales para amamantar o lactarios ya están siendo inclusivas, pero estas medidas siguen recargando el cuidado de los hijos exclusivamente en las mujeres.
Lo que las empresas deben hacer es cooperar para que se reparta equitativamente el trabajo doméstico y la crianza entre mujeres y hombres. Por eso es importante que haya medidas que se dirijan también a los hombres”, explica López Belda.
Además de combatir la discriminación con políticas que construyan una cultura laboral inclusiva, las empresas deben aprender a aprovechar los beneficios de contar con un personal diverso, que incluya personas como las madres, quienes pueden tener una gran facilidad para resolver problemas, una enorme creatividad, mucha sensibilidad y una capacidad de comprometerse a prueba de todo.
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