Por Nayeli Rueda
De niño creció en una familia tradicional en la que su padre era el proveedor y su madre la encargada de la casa y del cuidado de los hijos. Ahora que es adulto y padre de familia, Fabián ha tenido que luchar contra los convencionalismos sociales y sacar fuerzas para cuidar y educar a sus hijos, solo. Es un Guerrero y no solamente de apellido.
Al morir su esposa, hace cuatro años, Fabián pudo haber dejado la crianza de sus hijos a su abuela materna o paterna. “La familia me lo aconsejó. Creían que no iba a poder solo”, dice tranquilo en entrevista telefónica. Sin embargo, decidió seguir trabajando en su proyecto de vida y ser un padre presente para Rilke y Dante, de nueve y seis años de edad, respectivamente. De esta manera se convirtió en uno de los 796 mil hombres que en México se encargan de sus hijos solos, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).
Desde que planeó con su pareja tener hijos, estuvo convencido de formar parte de su crianza de una forma muy cercana, relata entusiasmado. Por eso, una tarde, cuando regresaba a casa y su hijo Dante no lo reconoció, se impactó y decidió renunciar a su trabajo “y buscar un empleo que me permitiera estar más tiempo con ellos. Mi esposa me apoyó”.
De las cosas que más disfruta de su paternidad es abrazar a sus hijos, leerles todas las noches y ver películas -una y otra vez. En estos días, la favorita de todos es Volver al futuro.
Fabián, quien estudió Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, actualmente trabaja como editor y corrector de estilo para una revista de danza. Antes de la pandemia, llevaba y traía a sus hijos de la escuela. Entre juntas de trabajo y escolares, hace los quehaceres de la casa como lavar, planchar y cocinar. “A mis hijos les gusta que prepare enfrijoladas”, dice emocionado.
Los Guerrero son una familia que tiene reglas. Dos esenciales son guardar siempre todo lo que sacan y compartir responsabilidades. Hay un tiempo para el uso de dispositivos electrónicos y jugar videojuegos. También hay consecuencias si pelean entre hermanos o dicen groserías.
Lo que no está prohíbo en este hogar es demostrar los sentimientos. Fabián, al igual que sus hijos, saben que llorar es cosa de hombres, y de cualquier ser humano. Por eso, este padre nunca esconde sus lágrimas. “Desde mi vulnerabilidad les digo: no puedo, necesito ayuda. Se vale sentir tristeza y llorar”, confiesa.
Si en la noche uno de sus pequeños tiene una pesadilla lo abraza fuerte para calmarlo. Luego lo escucha y lo consuela. “Una vez, uno de mis hijos soñó que me moría y despertó angustiado. Le expliqué que había sido un sueño y que los sueños, como las películas, no son reales”.
Sin titubear, Fabián declara que una de las enseñanzas que quiere dejar a sus hijos es el respeto a la vida propia y la de los demás, y que sean solidarios, “que se conmuevan con el dolor ajeno y la injusticia”.
Antes de continuar con la charla, recuerda con voz seria que prometió a su esposa que sus hijos serían personas de bien. Y “no vamos tan mal”, dice.
Finalmente, Fabián vuelve hasta la época de cuando estaba en la secundaria. En esos tiempos quería ser guerrillero y cambiar al mundo. “No me siento aún alejado de eso. Me considero un luchador. Es otra batalla y son otras armas. Mis hijos están en el campo de batalla y yo tengo que darles las herramientas para enfrentar el mundo de allá afuera. Me considero un guerrero, y no sólo de apellido”, finaliza.
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