A veces desconocemos que en las caóticas y ajetreadas ciudades, y sobre todo en una como la Ciudad de México, con más de 9 millones de habitantes, existen espacios verdes con actividades recreativas y educativas para la familia.
En esta gran urbe, donde los puntos IMECA (que miden la calidad del aire) nos rebasan de forma repetida, existen pequeños oasis que es posible visitar con niños y niñas. Así, podemos aprender sobre la naturaleza y cómo cuidarla, para que esta selva de concreto sea un espacio más sustentable.
En el corazón de la colonia Roma, y en contraesquina con una iglesia que muchos llaman Pare de sufrir –antes teatro Silvia Pinal– hay un espacio para empezar a gozar. Se trata de un laboratorio biosocial con más 8 años de existencia. Es un terreno con mucha historia, que por los años 70 era un complejo habitacional que se vino abajo con el terremoto del ‘85, tras lo cual se convirtió en un basurero por años.
Un autonombrado agricultor de sueños y un hojalatero social pusieron manos a la obra para rescatar este espacio comunitario. Actualmente, es posible acceder en sus espacios verdes a obras de teatro, conciertos, presentaciones de libros o bazares; su cartelera es actualizada constantemente. Además, tienen visitas guiadas por sus diferentes áreas: un huerto –con una enorme escultura captadora de agua en el centro–, un temazcal, el centro de reciclado, el gatario, la residencia artística o la lombricomposta. Hay diversas expresiones artísticas en sus muros exteriores.
De manera regular, hay talleres de cerámica, reciclado y diversas actividades en las que niños y niñas pueden colaborar como voluntarios, desde cuidar las plantas del huerto, dar de comer a los gatos, hasta conocer a los conejos o los pollitos que ahí habitan. Afuera del recinto hay kioscos de comida que fueron remodelados con bambú, gracias al esfuerzo de este espacio y otras organizaciones civiles que se preocupan porque la zona tenga un desarrollo sustentable. Se prepara un comedor comunitario para atender a las y los visitantes.
Ubicado en la tercera sección de unas de las unidades habitacionales más emblemáticas de este monstruo citadino, Tlatelolco, se erige un área de más de mil metros que espera a las y los interesados en respirar aire fresco y conocer más sobre cómo tener una alimentación autogestiva. Funge como un centro educativo de capacitación local de cultura regenerativa. Su invernadero tiene más de 100 plantas comestibles y 40 variedades de semillas. Hay actividades de mantenimiento en sus zonas, pláticas de sensibilización de cultura regenerativa y alimentación consciente. Además, es posible cosechar y preparar ensaladas con las y los pequeños para cerrar con broche de oro los días de campo que se organizan ahí y los cuales contemplan trabajo en las camas de cultivo.
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Su nombre hace referencia a su ubicación, en Iztapalapa. El espacio de 200 metros cuadrados fue creado con ayuda de las y los vecinos de la comunidad y refresca la vista ante el marcado gris citadino. En su interior es posible conocer hoteles para insectos, que son estructuras artificiales, normalmente construidas con una base de madera donde puedan anidar diferentes especies. Con su trabajo, buscan honrar a las comunidades prehispánicas y al mismo tiempo rescatar sus conocimientos sobre la madre tierra, con las técnicas de agricultura que comparten con las y los visitantes. Tienen diferentes especies de plantas como maíz rojo, jitomate cherry, zarzamora, fresa y aromáticas, como orégano, epazote, laurel, etc. Se implementan técnicas como organoponias, jardines verticales y policultivos. El proyecto regenerativo no solo ofrece talleres en sus instalaciones, sino que quienes lo integran hacen también recorridos por diferentes escuelas de la delegación, para transmitir su conocimiento sobre el cuidado medioambiental. De la misma forma, organizan paseos en bicicleta de los que es posible enterarse en sus redes.
La naturaleza contribuye a que nuestros hijos e hijas se pongan en contacto con sus emociones, al agudizar sus sentidos y valorar estos espacios, que cada día se vuelven más necesarios con la evidente crisis ambiental. De esta forma, podemos generar consciencia en las nuevas generaciones sobre la relevancia de las áreas verdes para el bienestar personal y comunitario.
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