México es un país con inagotable y maravillosa riqueza cultural, por supuesto que la literatura mexicana es parte fundamental de este tesoro, por eso quiero compartirte una muestra de lo que las letras mexicanas han creado. Espero que en familia disfruten de estas 5 leyendas mexicanas cortas para niños con hermosos mensajes de amor y enseñanza.
Comencemos por decir que las leyendas son pasajes hablados o escritos que han pasado de generación en generación, pero que casi nunca tienen un autor específico pues han sobrevivido gracias a la tradición oral. Las leyendas tienen el misterio de que no sabemos si en realidad sucedieron o solo forman parte de un mito, sin embargo, reflejan las tradiciones y el folclor popular que define ciertos valores de alguna comunidad en específico.
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Cuentan que hace mucho, mucho tiempo, el jaguar no tenía manchas en su piel. Era de un único color. Un día, una madre jaguar paseaba con su cachorro por un bosque cuando escuchó el sonido de un hacha.
–Escucha bien, hijo, le dijo la mamá jaguar a su cachorro. Eso que escuchas es un leñador cortando árboles. El hombre es pequeño, pero peligroso, y puede matarte. Debes tener mucho cuidado y alejarte de él.
–¿Y qué puede hacernos con lo fuertes que somos? Cuando crezca, mamá, yo iré a buscar al hombre, dijo el cachorro resuelto.
Pasaron los años y el jaguar, ya adulto, quiso cumplir su promesa y fue en busca del hombre. Lo cierto es que no sabía qué aspecto tenía el hombre, porque nunca había visto uno. Así que, al encontrarse con un venado, le dijo:
–Responde, ¿eres tú el hombre?
–¿Yo? Que va… soy un venado. Y bien lejos pienso estar lejos del hombre. ¡Quita, quita! ¡Que no me vea!
–¡Qué cobarde eres! Yo pienso buscarlo.
Siguió su camino el jaguar y se encontró con un conejo.
–¿Eres tú el hombre?, le preguntó.
–¿Yo? ¿Con lo pequeño que soy? Solo soy un conejo. ¿Para qué buscas al hombre?
–Para comérmelo, respondió el jaguar.
–Yo que tú no lo intentaría, pero si sigues con tu idea, lo encontrarás allá donde esos árboles. Estará cortando alguno.
Y allí encontró el jaguar al hombre. Efectivamente, se encontraba cortando árboles. Le vio el jaguar y pensó que era realmente insignificante…
–¿Eres tú el hombre?, le cuestionó algo incrédulo.
–Sí, lo soy… ¿Qué quieres?, preguntó el hombre.
–En verdad me pareces pequeño y débil… ¡Si hasta te cubres con telas para no pasar frío! Y llevas cosas en los pies para no lastimarte… Pienso comerte, porque no tengo una buena impresión de ti.
El hombre se le quedó mirando y le dijo:
–Está bien, hagamos una apuesta, ya que tan débil me crees. Los dos gritaremos. Quien grite más alto, ganará. Si ganas tú, me comes. Si gano yo, te largas y me dejas tranquilo.
–De acuerdo, respondió convencido de ganar el jaguar.
El animal lanzó entonces un rugido espantoso que hizo temblar las hojas de los árboles. El hombre cogió su fusil y apuntó al cielo. El disparo hizo que hasta las montañas ensordecieran. El jaguar salió corriendo a toda velocidad del susto. Los oídos aún le dolían al llegar junto a su madre.
–¡No puede ser! ¡Qué mal me fue, madre! El hombre grita muy alto y me asustó…
–Te lo dije, hijo, mejor será que no te acerques a él. Puede matarte.
–No lo creo, madre, volveré a buscarlo. Esta vez le ganaré.
Y el jaguar, empeñado en demostrar que era más fuerte que el hombre, volvió a buscarlo. Lo encontró intentando partir un tronco en dos.
–¿Otra vez tú, jaguar?
–Vengo a comerte. Soy más fuerte que tú.
–¿Ah sí? Pues demuéstramelo partiendo este tronco en dos. Ya abrí una grieta con esta cuña. Mete tus patas aquí y abre el tronco…
El jaguar hizo lo que el leñador le dijo, pero al meter las patas delanteras en la hendidura el hombre sacó la cuña y el jaguar quedó atrapado en el tronco. El hombre buscó entonces una rama con espinas y le golpeó con fuerza, dejándole marcada toda la piel con heridas.
–¡Basta, déjame salir!, gritaba el jaguar.
El hombre le ayudó a sacar las patas y el animal salió corriendo. Pero desde entonces, tiene cuidado de no acercarse más al hombre; y su piel quedó marcada para siempre. Todos sus descendientes nacieron ya con esas manchas.
Enseñanza: Esta leyenda habla sobre el precio de la soberbia, que nunca podrá ser buena consejera y siempre te pasará su factura.
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Hubo una vez una hermosa princesa tlaxcalteca: Iztaccíhuatl, quien estaba perdidamente enamorada del más valeroso guerrero de su pueblo: Popocatépetl. Él también se enamoró y decidió pedir la mano de su princesa antes de que surgiera la guerra contra los aztecas, pero ante el conflicto, tuvo que salir a defender a su pueblo.
Con la ilusión del casamiento a su regreso, Popocatépetl se fue a la lucha mientras que la princesa esperaba el regreso de su amor. La situación se complicó, pues un enemigo le dijo a Iztaccíhuatl que Popocatépetl había fallecido en un combate, lo cual no era cierto.
La noticia entristeció tanto a la princesa que murió de tiricia. Tiempo después Popocatépetl regresó victorioso y feliz para casarse con Iztaccíhuatl, pero su amada yo no estaba viva. En su duelo, Popocatépetl ordenó honrar su amor creando una enorme montaña como tumba.
En la cima de la montaña el guerrero recostó a su amada, la besó y la dejó ahí para que estuviera más cerca del cielo. Encendió una antorcha cerca de ella, la veló e Iztaccíhuatl fue nombrada “la mujer dormida”. Él se quedó a su lado hasta perder la vida y fue entonces como se convirtió en el “cerro que humea”.
Es así que las montañas permanecen juntas, una frente a otra, como testigos de un gran amor. La leyenda asevera que cuando El Popo arroja fumarolas es porque se acuerda de su adorada princesa.
Enseñanza: Esta bella historia nos recuerda que el amor verdadero es para siempre.
Esta leyenda maya comienza así: Se dice que por las noches, cuando los hombres se entregan al sueño, hay criaturas que salen al mundo. Los aluxes brotan a la luz de la luna. Pocas personas los ven, porque son ágiles, ligeros y traviesos. Su vida es solo jugar y jugar (¿quién quiere ser aluxe?). Les gusta chapotear en las aguas, siempre están sonrientes y con ganas de desconcertar a los humanos.
Si de casualidad se topan con gente empiezan a molestarla con travesuras, le tiran piedras y les esconden sus cosas. Con sus risas descontrolan la serenidad y si se asustan, son capaces de armar una algarabía mayúscula.
Hace algún tiempo había un arbusto lleno de flores y más adelante un solitario árbol en el campo, bastante verde, que daba muy buena sombra; parecía un lugar agradable para leer un libro. Se acercaba la noche y un hombre que había caminado toda la mañana logró encontrar ese lugar, pero el humano estaba muy cansado… sin embargo, no paró de caminar pues le habían dicho que ahí se podía observar a los aluxes.
Al llegar, lo recibió un ancianito agricultor y lo invitó a pasar a su pequeña, pero muy agradable casa, enfrente de dicho campo. Era un lugar muy fresco y relajante ya que recibía la sombra de unos árboles que estaban atrás de la casita. El dueño de la casa preparó la cena y se sentamos a comer. Al terminar, el anciano tomó la palabra:
–Puede que logre esta cosecha que voy a sembrar.
–¿Por qué no ha de lograrla?, preguntó el visitante.
–Porque estos terrenos son de los aluxes. Siempre se les ve por aquí.
–¿Está seguro de que hoy vendrán?
–Seguramente, respondió el anciano.
–¡Cuántos deseos tengo de ver a esos seres maravillosos que tanta influencia ejercen sobre ustedes! Y dígame, ¿usted les ha visto?, explíqueme por favor, ¿cómo son?, ¿qué hacen?
–Por las noches, cuando todos duermen, ellos dejan sus escondites y recorren los campos; son seres de estatura baja, de cara afilada y cabello largo y oscuro, llevan ropas adornadas como nuestros ancestros mayas, hechas de manta, algunos se colocan adornos en el cabello como plumas largas y coloridas o se pintan marcas en la piel. Son traviesos que suben, bajan, tiran piedras, hacen maldades, se roban el fuego y molestan con sus pisadas y juegos. Cuando el humano despierta ellos se alejan. Pero cuando el fuego es vivo y chispea, ellos le forman rueda y bailan en su derredor; un pequeño ruido les hace huir y esconderse, para salir luego y alborotar más. No son seres malos. Si se les trata bien, ellos corresponden.
El anciano le explicó al forastero que los aluxes alejan los malos vientos y persiguen a las plagas. Que si se les trata mal, tratan mal, y la siembra no da nada, pues por las noches roban la semilla que se esparce de día o bailan sobre las matitas que comienzan a salir. Los aldeanos quieren bien a estos seres y les regalan comida y dulces.
Al terminar su relato el ancianito salió y prendió una pequeña fogata a una distancia considerable de la casita; colocó una jícara con miel, pozole y dulces. Después de eso regresó a la casa y le pidió al invitado esperar cerca de la ventana, desde donde se podía ver perfectamente la fogata.
Transcurrido un tiempo, cuando se escuchó el ruido de unos pasitos sobre el campo. Luego, ruido de pedradas, carreras, saltos, que en el silencio de la noche se hacían más claros.
¡Eran ellos, los aluxes! Bailaron toda la noche alrededor del fuego, disfrutaron los dulces y la comida, jugaron toda la noche, se les veía alegres y contentos. Al día siguiente, el viajero preguntó:
–Podrá lograr su cosecha, ¿no es así?
–Los aluxes están contentos, habrá una muy buena cosecha, el anciano respondió.
Enseñanza: En el imaginario mexicano los personajes fantásticos y amantes de las travesuras no pueden faltar, a lo largo y ancho del país azteca puedes encontrarlos representados en las distintas culturas. Cada historia de los aluxes deja una moraleja importante para la vida, como esta, que habla un poco de paciencia y un mucho de respeto hacia cualquier ser, aunque no sea humano.
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Recuerda que las leyendas tienen diversas versiones, aunque todas con la misma esencia, pues fueron pasando de manera oral de generación en generación. La versión de cuentos infantiles es la que continuación te compartimos:
Quetzalcóatl, el Dios grande y bueno, haciendo uso de su gran poder se fue a viajar por el mundo transformado en hombre. Como había caminado todo un día, a la caída de la tarde se sintió cansado y con hambre. Aún así, siguió caminando y caminando, hasta que las estrellas comenzaron a brillar y la luna se asomó a la ventana de los cielos. Entonces se sentó a la orilla del camino y estaba allí descansando, cuando vio a un conejito que había salido a cenar.
–¿Qué estás comiendo?, le preguntó.
–Estoy comiendo zacate. ¿Quieres un poco?
–Gracias, pero yo no como zacate.
–¿Qué vas a hacer entonces?
–Morirme tal vez de hambre y de sed.
El conejito se acercó a Quetzalcóatl y le dijo:
–Mira, yo no soy más que un conejito, pero si tienes hambre, cómeme, estoy aquí.
Entonces el dios acarició al conejito y le dijo:
–Tú no serás más que un conejito, pero todo el mundo, para siempre, se ha de acordar de ti.
Y lo levantó alto, muy alto, hasta la luna, donde quedó estampada la figura del conejo. Después el dios lo bajó a la tierra y le dijo:
–Ahí tienes tu retrato en luz, para todos los hombres y para todos los tiempos.
Enseñanza: El misterio de la bóveda celeste ha encantado al hombre desde el inicio de los tiempos, los aztecas no podían ser la excepción, para muestra esta bella historia de fraternidad y solidaridad.
La peor señora del mundo es un cuento que ya se convirtió en leyenda. Hacia finales del siglo XX el escritor mexicano Francisco Hinojosa publicó este cuento que hoy es ya un clásico de la literatura mexicana. El autor ha compartido que tardó apenas ¡cinco horas en escribirlo! Este es un pequeño fragmento, pero puedes leerlo completo en el link o, mejor aún, comprar el libro físico y compartir con tu pequeño la magia de la lectura.
En el norte de Turambul, había una vez una señora que era la peor señora del mundo. Era gorda como un hipopótamo, fumaba puro y tenía dos colmillos puntiagudos y brillantes. Además, usaba botas de pico y tenía unas uñas grandes y filosas con las que le gustaba rasguñar a la gente. A sus cinco hijos les pegaba cuando sacaban malas calificaciones en la escuela, y también cuando sacaban dieces. Los castigaba cuando se portaban bien y cuando se portaban mal. Les echaba jugo de limón en los ojos lo mismo si hacían travesuras que si le ayudaban a barrer la casa o a lavar los platos de la comida. Además de todo, en el desayuno les servía comida para perros. El que no se la comiera debía saltar la cuerda ciento veinte veces, hacer cincuenta sentadillas y dormir en el gallinero.
Enseñanza: Nos enseña valores humanos y respeto. Quien es feliz no va por la vida haciéndole daño a los demás, ni a las personas ni a los animales.
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La cosmogonía del mexicano se manifiesta en cada palabra de sus leyendas. Espero que esta selección sea el inicio de una hermosa relación entre la literatura infantil mexicana y tu familia, que se logre un lazo que los acompañe no solo a la hora de dormir en la infancia sino a lo largo de toda la vida.
Las leyendas cuentan historias increíbles, que se han ido transmitiendo de generación en generación. Por lo que son una gran oportunidad para convivir en familia.
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