El conflicto armado que se dio en nuestro país, entre 1910 y 1917, se le conoce como Revolución Mexicana. Surgió como una protesta de tono político frente al régimen del porfiriato, pero conforme fue evolucionando se fue haciendo más compleja y adquirió la huella, ideas y aspiraciones de quienes fueron participando en ella.
Estos son algunas claves para entender este periodo en nuestra historia.
Recuérdalas tú, para que se las expliques a tus pequeños.
En 1910, Porfirio Díaz se reeligió como presidente de México por sexta vez consecutiva, después de casi 30 años de un poder de fuerza incontestable, pero inminente debilidad a medida que envejecía.
Los mexicanos sabían que para el caudillo de 80 años, esta sería su última reelección. Sin embargo, aunque así lo pregonaba, Díaz no estaba dispuesto a dejar el poder.
En 1908, ante el periodista estadounidense Greelman, Porfirio Díaz se definió como “el último de los hombres necesarios en la historia de México” y dijo que su sucesor debía surgir de la organización de los mexicanos en partidos políticos y la lucha electoral libre. El pueblo creyó en sus palabras, pensó que realmente quería llevar al país a una trasición democrática.
De acuerdo con Eduardo Blanquel, en el libro Historia Mínima de México, del Colegio de México, muchos creyeron en las palabras del presidente y surgieron dos corrientes de ideas que luchaban por la sucesión presidencial.
Por un lado estaban los voceros, que poseían fuerza social y económica y se postulaban como los herederos del porfiriato, en una especie de oligarquía (sistema de gobierno dominado por pocas personas), de corte inelectual y científico, muy al estilo de la época.
En el otro extremo se encontraban los liberales, cuya base ideológica estaba en la creencia de la capacidad de los pueblos para la vida democrática. Pensaban que el mexicano era capaz de ejercer su libertad electoral para llevar al poder a quien debiera y mereciera el gobierno.
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En la línea liberal se encontraba Francisco I. Madero, quien coincidía con Díaz en que México tenía una numerosa clase media capaz de asumir responsabilidades políticas. En su libro, La sucesión presidencial en 1910, Madero invitaba al pueblo a organizarse en partidos políticos para iniciar una vida institucional.
Madero aseguraba que solo así se podía garantizar paz y continuidad a la obra de gobierno, pues “si los hombres son perecederos, las instituciones son inmortales”.
En un intento conciliador proponía que el hombre a elegir fuera vicepresidente y que, al desaparecer Díaz, ocupara de forma natural la presidencia.
El presidente no respondió, así que pasó a la práctica de sus ideas.
Primero organizó un partido político, el Antirreeleccionista y después inició lo que hasta entonces era un hecho insólito en la historia de nuestro país: una campaña electoral.
En junio de 1910 fue llevado a la cárcel por su osadía y el 4 de octubre de ese año el Congreso declaró presidente de México a Porfirio Díaz. El 5 de octubre Madero salió libre bajo fianza y cruzó la frontera a Estados Unidos. Estaba por perfilarse la Revolución.
Desde el extranjero Francisco I. Madero formuló su plan revolucionario. Denunció fraude electoral y desconoció los poderes constituidos.
“Propuso corregir por el camino de la ley los abusos cometidos durante el porfiriato en el campo e hizo un llamado a las armas para el 20 de noviembre. Estos serían los aspectos fundamentales del Plan de San Luis Potosí, cuya síntesis y lema fue: ‘Sufragio efectivo. No reelección‘”, dice el libro del Colmex.
El 18 de noviembre de 1910 fue descubierta la conjura revolucionaria y el movimiento sufrió sus primeras bajas con Aquiles Serdán y sus seguidores. Sin embargo, consiguió sus primeros brazos armados: Pascual Orozco y Francisco Villa.
El régimen de Díaz contraatacó y Chihuahua se convirtió en el escenario de las primeras grandes derrotas de la dictadura. Estas batallas allanaron el camino de la Revolución. Emiliano Zapata se levantó en el sur.
Los brotes armados se dejaron sentir en todo el país. Después de seis meses de lucha, finalmente Porfirio Díaz renuncia a la presidencia y abandona el país para evitar el derramamiento de más sangre entre mexicanos. En el fondo era un gran patriota y legítimamente creía que era indispensable para México. La revolución maderista había triunfado.
Tras los Tratados de Ciudad Juárez Madero negoció el poder y colocó en el gobierno a varios de sus hombres. Quería que su mandato fuera democrático. Su triunfo se formalizó legalmente en las elecciones de 1911.
Sin embargo, el interinato de Francisco León de la Barra provocó conflictos entre los revolucionarios.
“Unos porque vieron frustrado su acceso al poder; otros porque consideraron que transar era liquidar la Revolución; muchos más sucumbieron a la intriga de que, desde el poder, hombres del antiguo régimen querían dividir el movimiento”, dice Blanquel.
Madero asumió el poder con un partido debilitado. La prueba más clara fue el levantamiento de Emiliano Zapata, amparado en el Plan de Ayala, a escasos 20 días de que tomara la presidencia.
El levantamiento armado de Zapata obedecía a algo mucho más profundo que el poder o lo meramente político. Él puso énfasis en la distribución más justa de las tierras e hizo ver que la lucha armada no había tocado la organización social o económica del porfiriato. Madero pedía calma, ir paso a paso, pero las condiciones y pobreza en el campo eran apremiantes
“Para el nuevo presidente de México, el camino verdadero era la ley y solo por sus cauces deberían encontrar soluciones los grandes problemas nacionales. Si antes todo había sido hecho por la fuerza, ahora todo debía hacerse por el derecho: aun las más urgentes necesidades como eran la tierra”.
Empero quienes padecían desde tiempos inmemoriales carencias y lucharon por una vida mejor pedían solución inmediata. Por otro lado, dentro del nuevo gobierno se colaron piezas del antiguo régimen.
“Madero resultó víctima de su celo democrático que le impidió comprender la necesidad de un gobierno unilateral que hiciera posible consolidar la victoria”.
El ejercicio democrático llevó al gobierno tanto a emisarios del pasado porfiriato como revolucionarios. Los primeros se aliaron para defenderse y los segundos querían llevar al país por el camino que consideraban mejor. La situación nacional se hizo cada vez más compleja.
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El clima de inseguridad en el país preocupó a los dueños del poder económico. Si Madero no podía ordenar al país, se requería una acción enérgica contra su gobierno. Con mayor razón cuando el presidente se atrevió a corregir las ilegalidades de inversionistas extranjeros que evitaban el pago de impuestos.
Mexicanos vencidos por la Revolución y representantes de esos intereses extranjeros se unieron y usaron el ejército casi intacto de Porfirio Díaz, a pesar de la derrota, para tramar un golpe de Estado. Usando la embajada de Estados Unidos como cuartel general, asaltaron el poder, asesinaron a Madero e impusieron a Victoriano Huerta como presidente.
Tras la muerte de Madero los revolucionarios se reagruparon. Con Venustiano Carranza como caudillo, se agregaron otros nombres famosos: Villa, Zapata, Obregón, Gertrudis Sánchez, Rómulo Figueroa, etc. Juntos agotaron la resistencia de Huerta, quien después de cometer numerosos crímenes y meter al país en graves conflictos internacionales abandonó el país en julio de 1914.
Aprendida la lección, Carranza lo primero que hizo fue disolver la maquinaria militar del porfiriato y se empeñó en consolidar un gobierno poderoso que hiciera grandes transformaciones sociales y económicas.
Como Madero, él también sonstenía que solo la unidad revolucionaria podría resistir las presiones del extranjero.
“Al principio el camino de Carranza parecía acertado, pero la revolución parecía no detenerse nunca al descubrir viejas y nuevas dolencias nacionales. La urgencia del problema agrario en el país hacía imposible cualquier espera”.
Carranza tuvo que ejercer un gobierno más enérgico. La antigua fraternidad de los caudillos revolucionarios dejó de funcionar. Villa se hizo enemigo de Obregón y Zapata de Venustiano Carranza.
En este clima, y fiel a su política realista, Carranza propuso adecuar y actualizar la Constitución de 1857 a las nuevas circunstancias mexicanas. El intento fue vano, pero siguió insistiendo.
Finalmente convocó en septiembre de 1916 a un Congreso Constituyente para redactar una nueva Carta Magna. Los constituyentes, electos por votación, trabajaron en un plan de reunificación de las causas revolucionarias hasta comienzos de 1917.
Luego de ser votada el 31 de enero, la nueva Constitución se promulgó el 5 de febrero de 1917, marcando el fin de la Revolución Mexicana.
La lucha violenta no terminó ahí. Las fricciones entre bandos trajo consigo el asesinato de los principales líderes revolucionarios. Zapata en 1919; Carranza en 1920; Villa en 1923 y Obregón en 1928, entre otros.
A pesar de ello, la Constitución de 1917 sentó las bases del Estado moderno mexicano y consagró las causas revolucionarias más importantes como el derecho agrario, los derechos laborales, la libertad de prensa, los derechos políticos, así como la educación y la salud garantizadas por el Estado.
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