Uno de los mitos más comunes que existen en México es que la fontanela (o mollera), ese hueco suave en la cabeza de los bebés, se puede “caer” por cargar mal a un niño o niña, o quitarle la mamila muy rápido mientras come, pero también se cree que sucede porque el niño o niña se golpeó la cabeza o le hicieron “mal de ojo”.
Si observas algún cambio en la fontanela del bebé, por ejemplo, que esté hundida, evita llevarlo con la señora que “cura”; lo único que hará será sobar la “mollera” y voltear al pequeño de cabeza.
Después, le pegará en sus pies y eso “puede provocar un sangrado dentro de la cabeza del bebé y perjudicar la función de su cerebro”, señala la doctora Mariana Ramos Antuna, pediatra en Centro Médico Jurica.
La especialista comenta que, si los padres observan alguna alteración en la fontanela, por ejemplo, que esté hundida o abombada, deben llevar a su pequeño con su pediatra para que le haga una valoración, ya que puede tratarse de deshidratación o presión craneal.
Las fontanelas son las “partes blandas” que se ubican en la parte superior de la cabeza. Estos puntos blandos son espacios entre los huesos del cráneo que, gracias a que no ha cerrado por completo, facilitan el paso del bebé por el canal de parto. “El perímetro craneal de un recién nacido es de 34 centímetros, aproximadamente, y al año, medirá unos 46 centímetros”, comenta Ramos Antuna.
La consulta pediátrica de un bebé es de suma importancia. Parte de esa revisión es medir el perímetro cefálico. Si deja de crecer significa que las fontanelas se están cerrando y no están permitiendo que crezca la cabeza del bebé. Este es un dato de alarma, explica la pediatra, “así que se debe pedir una valoración por el neurólogo pediatra, y en algunos casos, por el neurocirujano pediatra”.
La pediatra Ramos Antuna señala que es normal y sano que un bebé tenga fontanelas. La más conocida es la fontanela anterior, llamada coloquialmente “mollera”, la cual está cubierta por una capa fibrosa que tiene una ligera depresión – en la que se sienten pulsaciones– que los pediatras suelen tocar con suavidad en las revisiones mensuales.
Al nacer el bebé, estas partes blandas no se han osificado debido a que el cerebro sigue creciendo, de otra manera, no se podría expandir: “si la fontanela estuviera cerrada al momento de nacer, el cerebro no tendría hacia dónde crecer. El niño se quedaría con la cabeza pequeña y, por consiguiente, no tendría un buen desarrollo neurológico”, explica.
Una vez que se cierra la fontanela, ya no se sentirá ese hoyito, pero, mientras la “mollera” no ha cerrado por completo, es un indicador para los médicos de que el bebé está sano y en un estado adecuado de hidratación.
La gente suele decir que al bebé “se le cayó la mollera” cuando se hunde, y esto puede deberse a que la presión craneal disminuyó, lo cual es señal de deshidratación, apunta la pediatra. “Si el bebé tiene vómito o diarrea y los padres notan un poco hundida la fontanela, deben consultar a su pediatra o acudir a urgencias”, dice.
Y si se eleva o abomba, significa que hay un aumento en la presión dentro del cráneo. Esto hay que comentarlo con el médico, porque puede tratarse de infecciones en el sistema nervioso central: “podría ser acumulación de líquido cefalorraquídeo, que es el líquido que cubre el cerebro, o bien, la presencia de un tumor. Una meningitis es una inflamación de las cubiertas del cerebro y también puede alterar la forma de la fontanela”.
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