Por Nayeli Rueda
La primera infancia es la etapa más importante en la vida de una persona. Durante este período, que va de los cero a los cinco años, se van a desarrollar capacidades y establecer condiciones esenciales para su vida adulta.
Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), estos primeros años repercutirán en el futuro de un infante: “en su desarrollo cerebral, en su salud, su felicidad, su capacidad de aprender en la escuela, su bienestar e incluso la cantidad de dinero que ganará cuando sea adulto”.
Así que si queremos niñas y niños sanos y felices, debemos dar prioridad a la primera infancia. Esto implica proveer a un bebé de estímulos desde el vientre materno, pues “el sistema nervioso central empieza su desarrollo en el tercer semestre del embarazo”, explica la doctora Heidi Fritz Macías, docente de la Dirección del Programa Técnico Superior Universitario, de la Universidad Iberoamericana (UIA).
En sus experiencias prenatales, un bebé escucha la voz de su mamá, conoce sabores (deglute líquido amniótico), siente con sus manos las paredes del útero (o el cordón umbilical), se chupa el dedo de la mano o del pie, percibe luz y oscuridad.
La también doctora en educación comenta que es importante echar mano de la pedagogía prenatal, que tiene como objetivo empezar la educación de los hijos desde que están en el vientre materno, pues a través del sistema nervioso central y de los sentidos se comienzan a desarrollar conocimientos y aprendizajes.
Te recomendamos: Ecografía prenatal: conoce a tu bebé antes de nacer y verifica su salud.
Una inversión a futuro
Una vez que nació el pequeño, hay que establecer un apego seguro para darle seguridad y confianza. Este lazo afectivo, apunta Fritz Macías, debe ser fuerte, perdurable y recíproco. “Los padres deben atender las necesidades de los infantes, no solo afectivas, sino también de alimentación, salud y educación”.
En la niñez se hacen infinidad de conexiones neurológicas. Las niñas y niños tienen experiencias y vivencias que los van a marcar de por vida. No obstante, “infancia no es –totalmente– destino”, considera la maestra y logoterapeuta Fritz Macías, pues hay casos de pequeños que han vivido situaciones complejas y son adultos productivos, alegres y felices.
Si bien niñas y niños tienen la capacidad de adaptarse y superar los obstáculos, “la mejor inversión se tiene que hacer en los primeros años de vida, para así poder darles la oportunidad de desarrollarse adecuadamente a nivel físico, intelectual y emocional”, puntualiza la experta.
Para la organización Save The Children México, si una niña o niño está bien alimentado, tiene acceso a servicios sanitarios, va a la escuela, aprende y se le educa con cariño:
- Tendrá mayor aprovechamiento escolar y capacidad de aprendizaje.
- Será más productivo.
- Podrá tener mejores ingresos cuando trabaje.
- Se enfermará menos.
- Desarrollará menos conductas de riesgo y criminales.
Te recomendamos: Ser una familia resiliente.
¿Y si fui una madre o un padre ausente en la primera infancia?
Sobre cómo compensar las carencias que una niña o niño pudieron tener en la primera infancia, la docente destaca que los padres deben:
- Procurar siempre una convivencia en donde haya un ambiente tranquilo, de armonía y respeto, necesarios para acceder a nuevos aprendizajes.
- Evitar exponer a los infantes a un estrés tóxico que bloquee e impida un sano crecimiento.
- Favorecer su desarrollo a través de una buena educación, alimentación y cuidados de salud.
- Permitir experiencias sensoriales, pues solo a través de los sentidos podemos aprender.
- Tener contacto con la música, con la naturaleza, con el arte y con el deporte.
- Estar abierto al diálogo.
Asimismo, la interacción con sus pares, cimentadas en el buen trato y la calidez, “promoverán un buen desarrollo socioemocional”, finaliza.
Te recomendamos: Lo que el confinamiento se llevó de los niños.